“Desafección política”, dícese del término que expresa la desconfianza creciente de la ciudadanía en la clase política, la extendida sensación de que las democracias no funcionan tan bien como debieran o no son capaces de afrontar nuevos problemas de los tiempos actuales. Si este ensayo de definición es demasiado abstracto, ensayemos otra definición a través de los efectos de tal fenómeno: la tendencia a la caída de la participación en los procesos electorales, la caída en las tasas de pertenencia a los partidos políticos y el surgimiento del extremismo político como son los movimientos anarquistas, violentistas o populistas.
Y es que la desafección política ha llegado a sus niveles más alarmantes en el país en medio de una actitud cínica de la ciudadanía que, en plena crisis política, pero sobre todo económica –el dólar ya llegó hace rato a su pico histórico–, solo busca sobrevivir a la incertidumbre causada por un presidente que se debate cada semana en interminables capítulos de una serie tipo Netflix, de la que todos intuimos el final, pero que no terminamos de ver concretarse.
Seguramente, esa incertidumbre es la causante de una sensación de orfandad que sentimos todos los peruanos y que nos llevó a evitar el prosaico trámite de sufragar el pasado 2 de octubre. La estadística dixit: según datos de la ONPE, uno de cada cuatro peruanos no acudió a las urnas en estos comicios.
Ahora bien, para nuestro consuelo, el desinterés de la ciudadanía respecto de la cuestión política no es un atributo peruano; es un hecho global que tal vez sea un cuestionamiento al modelo mismo de democracia representativa que tenemos, en la que hay una gran brecha entre quienes actúan en nombre nuestro y nosotros mismos.
Por eso, con más frecuencia, se está invocando el uso de enfoques innovadores para mejorar el modelo democrático. O incluso se insta a la ciudadanía a tomar el rol protagónico y actuar. Por ejemplo, la próxima edición de la CADE 2022 reza: “el Perú en emergencia, los peruanos en acción”.
Para que llamamientos como los de IPAE-Acción Empresarial no sean solo buenos deseos es conveniente introducir el impacto de las llamadas tecnologías cívicas –'civic tech’– en los análisis políticos o al menos en las estrategias de empoderamiento ciudadano.
La ‘civic tech’ se refiere a cualquier herramienta tecnológica que se use para empoderar a los ciudadanos o que ayude al gobierno a ser más accesible, eficiente y efectivo. Simple.
Algunos ejemplos de tecnología ciudadana podrían ser todas las acciones del Estado orientadas a facilitar el acceso a los datos públicos –Open Data–, la transparencia y la vigilancia ciudadana en procesos deliberativos. Otras formas de tecnologías cívicas son los espacios de coordinación en red o co-creación digital, en los que se puede compartir información entre pares y, al mismo tiempo, generar conocimiento para todos. ¿Suena esto muy complejo? Pues ni tanto. Si alguna vez usó Waze –la aplicación para encontrar las mejores rutas para evitar el tráfico en Lima y en el mundo– tiene que saber que esa aplicación es una forma de coordinación cívica, pues las mejores rutas se actualizan en base al ‘feedback’ que las personas comparten y colocan en la aplicación en tiempo real.
Para que el loable afán que persigue la próxima CADE 2022 pueda concretarse, es crítico que los líderes empresariales del Perú –y, en general, todos los que quieran conducir los destinos de este país– entiendan qué es esto de la ‘civic tech’ y se lancen a probarla.
Para ello, será muy conveniente trabajar en esfuerzos que involucren al menos a cuatro agentes indispensables: el Gobierno, las organizaciones de la sociedad civil, los periodistas y los ‘hackers cívicos’ o ciudadanos duchos en el manejo de lo digital.
Sería estupendo escuchar a los organizadores del tal evento empresarial levantar la bandera de las ‘civic tech’ en noviembre próximo. Eso sí que sería muy innovador.