Todavía tengo estampado el recuerdo de la equis que dibujábamos con tiza y ganas mi prima Sasa y yo en las puertas de las casas cuando no conseguíamos abultar la bolsa de caramelos en Halloween. También conservo, como una fotografía entrañable, la imagen de Irma M. vestida de torero, mientras todas las demás éramos hadas, conejitas, princesas, piratas. Cada noche de 31 de octubre, nos convertíamos en quienes soñábamos. Cada día siguiente, la luz matinal vendría a recordarnos quiénes éramos. La embriaguez, el conjuro, devendrían en resaca.
Halloween en el Perú es una fiesta adoptiva, pero fiesta al fin. Pensamos, erróneamente, que se trata, para Estados Unidos, de una celebración sin ningún asidero en tradiciones, que los gringos la inventaron para vender y seguir vendiendo, y por eso las telas de araña en los restaurantes más elegantes de Nueva York, las tarántulas peludas en los lobbys de los hoteles cinco estrellas de Chicago, las brujas en sus escobas en las vitrinas de Bloomingdale’s y las calabazas iluminadas en las ventanas de las casas desde Alabama hasta Dakota del Norte.
En el Perú y en Estados Unidos, la noche del 31 los niños piden caramelos. Los adultos piden licor, todos ellos detrás de máscaras, envueltos en la fantasía de ser alguien, o algo más, un superhéroe, un hada loca, un árbol enclenque con tres chilcanos encima, un teléfono Rin porque hay quienes gustan del vintage, un dinosaurio que retorna del millón de años para bailar el reggaetón, una Gatúbela perrona, una que se disfrazará de hippie, de esas que lo único que harán será huaquear los cajones para ir tras los collares y pañuelos de mamá; habrá alguien a quien se le ocurra ser un chisguete de pasta de dientes, una Lady Gaga trucha, un pingüino y su amigo Bob Esponja que a duras penas y sudando la gota gorda entrarán en el taxi, los muy lornas.
Halloween está entre dos de las fechas en el año que moviliza a los americanos, además de Acción de Gracias, día familiar que los congrega mucho más que la Navidad. Halloween une, pero a los amigos, que se desplazan incluso entre estados. Es una noche antigua, mucho más de lo que imaginamos aquellos que solo pensamos en fantasmas y películas de horror a medianoche gracias a la industria del cine. Halloween tiene que ver con el Año Nuevo celta y la celebración milenaria del Samhain, el fin del verano y la estación oscura que comenzaba y dividía el año en dos. Halloween está relacionado con la tierra, la cosecha, los espíritus de los ancestros y sus familiares, el Otro Mundo y el terrenal. Es la víspera de Todos los Santos, fecha fijada por Gregorio III a mediados del siglo IX, como siempre ocurre, para generar equilibrio entre lo religioso y lo pagano, como si supiéramos realmente qué pertenece dónde, quién pertenece a qué.
Y aquí estaremos, rodeados de seres que divagarán por las calles, no sabremos quién estará penando o robará vibras, celulares, almas, casas, vidas, órganos, este sábado de terror.