Se vienen las elecciones en Ciudad Gótica. La población se muestra curiosa por saber cómo se armarán las planchas. Uno de los candidatos es el tristemente célebre Guasón. Al anunciar su plancha la gente no puede salir de su asombro: el Guasón va acompañado por Batman y Robin.
La política peruana es digna de un cómic. ¿Cómo puede Susana Villarán, supuestamente preocupada por los derechos humanos, asociarse con un candidato militarista y matonesco como Urresti? ¿Qué hace que el PPC se asocie al Apra, liderado por su archienemigo Alan García, al que en el pasado acusó de corrupto o desleal? ¿O que Acuña, el del dinero “como cancha”, lleve en su plancha a la veleta profesional Anel Townsend y al presunto defensor de la ética Humberto Lay? ¿Por qué gente supuestamente inteligente o con experiencia política comete errores y cae en contradicciones aparentemente tan obvias?
El resultado: en varios de los últimos gobiernos, igual como ocurre con los congresistas, los vicepresidentes terminan moviéndose a la oposición antes del fin de la administración, lo que muestra que una cosa es la fidelidad electoral y otra la fidelidad al partido. El transfuguismo no es patrimonio exclusivo de los parlamentarios.
Solemos atribuir lo que pasa a la falta de madurez política. Pero la pregunta es otra: ¿qué produce tanta inmadurez?
Como en casi todo, el resultado depende de las reglas de juego. Si cambiáramos las reglas del ajedrez para que el ganador no sea quien conserva a su rey, sino quien conserva más peones, los ajedrecistas jugarían de una manera muy distinta y todas las estrategias que conocemos para ganar una partida serían reemplazadas por otras. Si diéramos subsidios a las aerolíneas para que vuelen a zonas en las que hay huracanes no debería sorprendernos que más aerolíneas vuelen a esos destinos y, también, que haya más accidentes de aviación.
Si el juego político tiene reglas absurdas, que minimizan la importancia de los partidos y maximizan la aparición de caudillos o, peor aún, de oportunistas con popularidad, el resultado será la inestabilidad, el populismo y la improvisación. Las elecciones no se ganan por la organización de las bases de un partido ni por líneas de plan de gobierno o doctrinas consistentes, sino por contar el mejor cuento en cada campaña electoral.
Finalmente los políticos, como todos los seres humanos, reaccionan a los premios y castigos que el sistema les ofrece. Si el juego castiga lo correcto y premia lo incorrecto, no debería sorprendernos que nuestros políticos sean malos o que los buenos políticos se comporten como malos.
La política es cada vez menos el arte de gobernar y cada vez más arte del uso de trucos para ser elegido. Reglas de juego que no premian la constitución de partidos sólidos conducen a los políticos a asumir riesgos distintos y jugar estrategias incompatibles con la institucionalidad y la consistencia.
El voto obligatorio (que incrementa el voto desinteresado y por tanto poco reflexivo), el voto preferencial (que premia a la cara electorera y no a las ideas de largo plazo), la no renovación por tercios del Congreso (que libera a los gobiernos, y por tanto a los partidos, de someterse a un ‘accountability’ permanente), la existencia de dos vicepresidentes en lugar de uno solo (que incrementa el uso de las planchas para presentar “caras bonitas” y reduce el incentivo en presentar ideas), son algunas de las cosas que podemos cambiar para reducir los incentivos de que Batman se junte con el Guasón.
Según Verónica Roth, “las personas solo tienen dos motivos para hacer algo por ti: el primero es que quieren algo a cambio, y el segundo es que creen deberte algo”. Con las reglas que tenemos, los políticos arman las planchas porque quieren tu voto. Pero una vez que lo obtienen sienten que no te deben nada. Por eso hacen luego lo que les da la gana.