"Han sido días larguísimos en los que los peruanos nos hemos preguntado, con desconcierto, qué fue lo que hicimos tan mal para haber llegado a este punto". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Han sido días larguísimos en los que los peruanos nos hemos preguntado, con desconcierto, qué fue lo que hicimos tan mal para haber llegado a este punto". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Patricia del Río

Esta será la última semana antes de que nuestro país dé un vuelco complicado. Si gana el candidato , nos espera un gobierno improvisado, que quiere cambiarlo todo y no sabe cómo, y que está generando en cierta población, que se sabe desplazada, unas expectativas y esperanzas que, dado lo errático de su discurso, difícilmente podrá satisfacer. Si gana la candidata , aquellos que anhelan un cambio se sentirán derrotados y los que la repudian por sus cartas poco democráticas estarán en constante oposición. Cualquiera sea elegido tendrá que lidiar con un país desgastado por la confrontación (que lleva acompañándonos hace muchos años), dividido y que, en muchos casos, va a tener serios problemas para aceptar el triunfo del candidato por el que no votó.

Han sido dos meses agotadores, de incertidumbre y desesperanza. Han sido días larguísimos en los que los peruanos nos hemos preguntado, con desconcierto, qué fue lo que hicimos tan mal para haber llegado a este punto en que tenemos que elegir entre un izquierdista radical que azuza un discurso de odio y la representante de la destrucción de la democracia de los últimos cinco años, que ningunea a los del otro bando.

Invertimos tantas horas de trabajo para superar los años del terrorismo, desplegamos tanto esfuerzo para salir adelante económicamente, superamos tantas pérdidas, derramamos tantas lágrimas, con el único fin de dejarles un mejor Perú a nuestros hijos; y hoy, después de casi veinte años de democracia ininterrumpida, llegamos al bicentenario con una clase política vergonzante, una propuesta electoral deprimente y una sensación de vacío que embarga a los que no irán a votar con esperanza.

La desigualdad, la corrupción, el desprecio por las instituciones nos trajeron de narices hasta aquí. Y ninguno de los candidatos parece ofrecer la solución para remontar estos problemas. Castillo insiste en refundarlo todo y Fujimori se aferra a cambios prácticamente cosméticos.

En Arequipa, una ciudad devastada por el coronavirus y paralizada por la crisis económica, los ciudadanos esperan sin mucha ilusión el debate que empezará a las cinco de la tarde. Hoy tendremos la última oportunidad para decidir qué camino tomamos y salir de esta encrucijada desgastante. Pero no nos engañemos, cualquier vía por la que decidamos andar será un camino lleno de piedras, que tendremos que enfrentar sorteando la incertidumbre y la improvisación o el peligro del abuso del poder y la corrupción.

Cierta desesperanza nos invade porque hubiéramos preferido un final menos conflictivo. Pero eso es lo que tenemos, y ya sea que elijamos con resignación o entusiasmo, también podemos aprovechar esta coyuntura para encontrar oportunidades: empecemos a caminar exigiendo un gobierno que esté a la altura de todos los que se han roto el alma para seguir adelante. Dejemos de conformarnos con un Estado indolente que nunca funciona. No permitamos más autoridades ociosas, frívolas o corruptas que se burlan de una ciudadanía asfixiada por las necesidades. No nos conformemos con un Perú informal, marginado, que hemos normalizado con el engañoso discurso del emprendedurismo.

Hoy es la última semana en que viviremos en el país tal cual lo conocemos. Después del 6 de junio nada será igual. Luchemos, entonces, porque sea mejor. Aunque el elegido no nos guste, aunque nos enfurezca o nos asuste, esta vez no permitamos que los gobernantes sigan destruyendo ese sueño de país por el que tanto hemos luchado y que tenemos derecho a construir.

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