(Ilustración: Mónica González)
(Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

La difusión de un audio en el que la congresista Yesenia Ponce cuenta cómo supuestamente Keiko Fujimori le ordenó abandonar sus esfuerzos para impulsar el proyecto de irrigación Chinecas ha causado a Fuerza Popular más daño del que uno habría imaginado. La evidente inclusión de datos faroleros en el relato (“Una llamada que doy, al toque me contestan”, dice por ejemplo la parlamentaria acerca de su relación con unos imprecisos ministros) tendría que haber despertado tanta suspicacia como los certificados de estudios de la señora. Y sin embargo, la aparatosa reacción de los voceros de la bancada naranja sugiere que en el fujimorismo alguien cree que, para el común de la gente, la historia podría haber resultado verosímil.

FELICES LOS CINCO
La pregunta, entonces, es: ¿por qué la escena de la mandamás de un partido bloqueando el avance de una obra solo para evitar la ganancia política del gobierno y buscando postergarla más bien hasta su propia llegada al poder puede parecerles a muchas personas cierta? Muy simple: porque en nuestro país no tenemos en realidad líderes de oposición, sino solo futuros candidatos.

Terminado un proceso electoral en el que no han obtenido el triunfo, los líderes derrotados no se dedican, efectivamente, a proponer visiones alternativas a la de la administración en funciones para mejorar sus iniciativas. Entran, en cambio, en una especie de feliz hibernación de cinco años, de la que solo salen episódicamente para atacar a quien esté en Palacio, a fin de que, por contraste, su imagen luzca esplendorosa cuando les toque desfilar de nuevo frente a los votantes.

Esto es verificable, por supuesto, en el caso de Keiko, que prácticamente se ha limitado en un año a exigir malhumorados cambios de ministros o a precipitarlos. Pero también en otros postulantes a la presidencia del 2016 que insinúan afanes de repetir el plato en el 2021.

¿Dónde está, por ejemplo, Verónika Mendoza? ¿La ha visto alguien últimamente en una aparición de dimensión nacional que no sea por Facebook? Y aun cuando asoma por ese medio, lo hace solo para decir cosas tan generales y panfletarias como: “Este gabinete ha sido claramente pensado para complacer al fujiaprismo”. O también: “Hoy más que nunca nos toca unirnos y organizarnos para evitar que se blinden entre ellos al mismo tiempo que rematan al país y nos recortan derechos”. ¿Es de verdad eso todo lo que tiene para decirnos la señora cuyo movimiento estaba dispuesto a pagarle un salario para que se dedicara al ‘trabajo político’?

¿Qué fue, por otra parte, de Alfredo Barnechea? ¿Está acaso entrenándose en la degustación de chicharrones y no habla porque hacerlo con la boca llena sería de muy mala educación?

A Alan, en fin, ya casi ni vale la pena mencionarlo, porque a fuerza de andorrazos, hasta su postulación al Parlamento Andino se tambalea. Pero a Julio Guzmán deberíamos tener esperanzas de verlo al menos en el ‘mes morado’, ¿no?

Ninguno de ellos, sin embargo, parece dispuesto a arriesgar idea alguna que sirva para mejorar la situación del país aquí y ahora. Lo que quieren, se diría, es solo proyectar una sombra engañosa sobre la ingenuidad de los futuros electores. Pero si algo enseña lo ocurrido con la historia de la señora Ponce es que ese candor no es tan inapelable como suponen. 

Esta columna fue publicada el 23 de setiembre del 2017 en la revista Somos.