"¿Son todos familia cuando es de noche ante el televisor, fuera del horario de trabajo, y es la empleada la que debe levantarse a servirles a los demás?" (Ilustración: Giovanni Tazza)
"¿Son todos familia cuando es de noche ante el televisor, fuera del horario de trabajo, y es la empleada la que debe levantarse a servirles a los demás?" (Ilustración: Giovanni Tazza)
Gustavo Rodríguez

El pasado domingo muchos peruanos evadimos el tedio gracias a un texto que publicó la columnista Maki Miró Quesada en un diario local. El artículo, titulado “Cómo pasar la ”, es un manual escrito desde una propiedad de 20 hectáreas, dentro de una casa atiborrada de champaña. El texto no habría pasado de ser una involuntaria caricatura de la frivolidad limeña de no ser por un párrafo brutalmente honesto en el que la autora confiesa que “al segundo día la hdp del ama de llaves –15 años con nosotros, tratada como familia con salario de ministro– se zurró en la cuarentena” y se marchó a su vivienda, dejándola sola junto a su octogenario esposo. La lapidación, obviamente, no tardó en llegar. Ahora, sin embargo, dejo caer mi piedra para lanzar una pregunta: si hiciéramos el esfuerzo de obviar la frivolidad exhibida y nos quedáramos con la esencia de esa puntual confesión, ¿qué tanto de Maki existiría en las familias peruanas en relación con su servicio doméstico?

Unas semanas antes de que el secuestrara a medio planeta, mis queridos excompañeros en Toronja, Daniela Rotalde y Sandro Venturo, me hicieron partícipe de una investigación que habían realizado para , una agencia de empleos que busca instaurar un programa para que las estudien mientras trabajan. Una idea hermosa, dicho sea de paso. De lo compartido por Daniela me siguen retumbando dos de los hallazgos. El primero: uno de los atributos más buscados por las posibles empleadoras en las empleadas postulantes era la limpieza. No que limpiaran bien: que fueran limpias, como un ganado que va a adquirirse o una mascota que no debería llegar a contaminar nuestra casa. Si usted está poniéndole el rostro de Maki a dichas señoras, se equivoca: las entrevistadas eran mujeres de clase media típica –y quizá hasta media-baja–, que se rajan el lomo para mantener a flote sus hogares. Lo otro que buscaban era una lealtad férrea, traducible a la expectativa de que las empleadas estén a la orden cuando haga falta, algo entendible cuando hay niños en casa y ambos padres trabajan. No fueron pocos los testimonios de las señoras que se habían sentido “traicionadas” por empleadas del pasado que buscaron un mejor futuro, ya que habían sido “parte de la familia”, tal como lo describió la linchada Maki.

Da que pensar, más aún en estos tiempos de reclusión doméstica. Pertenecer a una familia implica una horizontalidad recíproca que no debería utilizarse en una relación laboral y menos en una vivienda, donde puede instalarse una ambigüedad tramposa, en la que “ser familia” puede usarse a conveniencia. ¿Se es familia porque la empleada come en la misma mesa y acompaña como ayuda en los mismos viajes? En la película “Roma”, ¿son todos familia cuando es de noche ante el televisor, fuera del horario de trabajo, y es la empleada la que debe levantarse a servirles a los demás? ¿Se es familia solo porque no se maltrata? ¿Qué tanto disfrazamos los afortunados bajo ese bonito término la excusa para no reconocer todos los beneficios sociales, ya que la familia se sobrepone a la ley?

Dejemos que esa pequeña Maki que llevamos adentro trate de responder.

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