Iván Alonso

Como una prosperidad sin precedentes calificamos, en una investigación conjunta con nuestro amigo Ian Vásquez del Cato Institute de Washington, publicada el año pasado en redes sociales, los resultados de tres décadas de liberalización económica en el Perú. Donde uno mire, se evidencia la mejora en las condiciones de vida de la gente a lo largo y ancho del país. No estamos hablando solamente del , que ha sido, de por sí, impresionante: 4,3% al año, en promedio, durante 30 años, suficiente para duplicar (y más) el PBI por habitante. El crecimiento económico, después de todo, no es la causa de la prosperidad; es solamente un registro estadístico de la misma. La verdadera prosperidad está en la producción de más bienes y servicios, que incrementa los ingresos personales y la recaudación de impuestos y permite satisfacer cada vez mejor las necesidades y aspiraciones de todos los peruanos.

Repasemos algunos de los 38 indicadores que presentamos en esa investigación.

Cuando hablamos del crecimiento de los ingresos no estamos hablando de un dato agregado, de un promedio que esconde quizás grandes disparidades, sino de un crecimiento generalizado. Si separamos los ingresos urbanos de los rurales, veremos que, solamente entre el 2009 y el 2019, los primeros crecieron 13%, y los segundos, 39%. En esos diez años, antes de la pandemia, el índice de pobreza bajó de 21% a 14% en la costa, de 49% a 29% en la sierra y de 47% a 26% en la selva.

Las condiciones de vida de los mejoraron notablemente. En el 2009, el 31% de sus casas tenía piso de madera, cemento o parquet; el resto tenía piso de tierra. En el 2019, el 45% ya no tenía piso de tierra. El porcentaje con paredes de ladrillo o cemento pasó de 20% a 25%, y en el año de la pandemia subió aún más, a 39%. El porcentaje con techos de concretó pasó de 9% a 13%, y en el año de la pandemia, a 24%.

Las familias pobres han accedido a cada vez más y mejores servicios. El 49% tenía un celular en el 2009; en el 2019, el 84%. Al principio de ese período menos del 1% tenía televisión por cable y al final el 7% la tenía. Solo el 39% de los pobres tenía secundaria completa y el 7% educación universitaria en el 2009; en el 2019, eran 43% y 9%, respectivamente; en el 2020, 52% y 13%. Los hogares pobres con servicio de agua pasaron de 44% a 74%; aquellos con servicio de desagüe, de menos de 30% a más de 40%.

El acceso a la medicina también mejoró considerablemente. Pasamos de menos de 200 médicos por cada 100.000 habitantes a 268. Proporcionalmente hablando, los mayores avances ocurrieron en Puno (de 65 a 136) y en Huánuco (de 58 a 111). Cajamarca y Apurímac, como para hablar del último expresidente golpista y su sucesora, pasaron de 40 a 66 y de 72 a 114.

Ojalá que en este nuevo subperíodo presidencial se despejen las dudas sobre la continuidad de un modelo económico que ha demostrado ser el mejor amigo de los pobres.

Iván Alonso es economista

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