Unión pendiente, por Nora Sugobono
Unión pendiente, por Nora Sugobono
Nora Sugobono

Paloma y yo compartimos muchas cosas. Entre ellas, una saludable –así nos gusta creerlo– afición por la buena comida; decenas de amigos en común; los mismos referentes de la cultura pop; incontables parrilladas; celebraciones de cumpleaños; debilidad por los labiales rojos; edad; distrito y color de pelo. Probablemente hasta seamos la misma talla de zapatos.

 Ambas hemos trazado nuestros caminos profesionales a punta de esfuerzo y ambas creemos –genuinamente– que el Perú es un país lleno de posibilidades. Un país donde queremos quedarnos.  Lo pensamos con pasión y entusiasmo, sentimientos que suelen condicionar muchas de nuestras conductas. Agradezco que así sea. Sobre todo, cuando se trata de enamorarnos. Yo lo he hecho de algunos hombres. Ella lo hizo de una mujer.

Ella ya no quiere enamorarse de nadie más.

Ella tiene a Carla.

Hay una única cosa que Paloma y yo no compartimos: los derechos.

Carla y Paloma están juntas desde hace casi dos años y quieren casarse. No solo por el amor que siente la una por la otra; también porque merecen los beneficios –legales, económicos, sociales- de los cuales puede gozar cualquier pareja en nuestro país compuesta por un hombre y una mujer. Una asociación patrimonial no es suficiente para ellas. Carla y Paloma quieren una unión matrimonial que sea legal en el Perú. Como la buscan cientos de miles de parejas homosexuales. Como la busco yo. Como la buscaron mis padres. Como lo ha querido cualquiera que se haya sentido enamorado alguna vez en la vida.

El tema ha sido importante, aunque no crucial, en las últimas elecciones. El pasado 10 de abril fuimos muchos quienes emitimos un voto que reflejase la rabiosa necesidad de seguir poniendo este tema en agenda, una y otra vez, hasta que un cambio se haga evidente.  Congresistas como Carlos Bruce y Alberto de Belaunde –ambos pro unión civil- tienen desde ya esa tarea pendiente.

Paloma es independiente. Carla está en la planilla de una empresa, donde no puede incluirla en su EPS. Si viajan, no pueden llenar el mismo formulario de aduanas. Si alguna tuviese un accidente, la otra no podría acompañarla en cuidados intensivos. Si los hijos de sus amigos les preguntan qué son, saben que ellos les dicen que son ‘amigas’ o ‘compañeras de departamento’. Aunque lo vivan con naturalidad, pocos quieren tener que explicárselo a un niño. Cuando llegue el día de tener un hijo juntas, tendrán que buscar una manera en la que ambas se sientan cómodas y, lo que es más importante, el apoyo médico que las haga sentir respetadas. Lo que no saben es quién figuraría como la madre en la partida de nacimiento. Mientras tanto, ven fotos de amigos en otros países donde sí es posible, y la idea se hace cada vez más intolerable. “¿Cómo le afecta a alguien que nosotras también tengamos eso?”, preguntan.

Aunque han aprendido a rodearse de gente que las entiende, en lo cotidiano está lo más difícil. En las visitas al ginecólogo o en la peluquería. Está en lo instintivo, en las acciones que no deberían ser tan conscientes: el querer darse un beso o ir de la mano. “Constantemente se nos recuerda que no somos una familia, ni que lo seremos”, indican.

 Afortunadamente Paloma, Carla y yo compartimos una cosa más: las tres tenemos la convicción de que, algún día no muy lejano, podrán serlo.

LEE TAMBIÉN