El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, habla luego de ser proclamado presidente reelecto por el CNE, en Caracas. (Foto de Ronald Peña R. / EFE)
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, habla luego de ser proclamado presidente reelecto por el CNE, en Caracas. (Foto de Ronald Peña R. / EFE)
/ Ronald Pena R
Ian Vásquez

Generalmente el fraude electoral se comete cuando todo indica que la contienda es algo estrecha. No fue así en las elecciones presidenciales venezolanas del domingo. Tanto las encuestas antes de las elecciones como los sondeos a boca de urna le daban a , el contrincante de , una ventaja abrumadora de por lo menos 30 puntos. Pero poco después de la medianoche la autoridad electoral controlada por el chavismo declaró que Maduro había ganado con el 51,2% del voto contra el 44,2% de González Urrutia.

Esa enorme diferencia entre el resultado oficial y lo encuestado es absolutamente inédita, según la respetada firma Edison Research, que conduce encuestas para los grandes medios en Estados Unidos y alrededor del mundo. El sondeo de boca de urna que realizó Edison Research en le dio el 65% de los votos al candidato opositor y el 31% a Maduro. Según Rob Farbman, vicepresidente ejecutivo de esa empresa, jamás han visto tal discrepancia entre este tipo de sondeo y los resultados oficiales, ni siquiera en Irak, Azerbaiyán u otros países en los que han trabajado en las últimas décadas.

Lo sucedido el domingo es probablemente el fraude electoral más grande de la historia democrática latinoamericana. Las encuestas independientes concuerdan con los cálculos de la oposición. Contando con el 40% de las actas de votación, , la líder de la oposición democrática, pudo declarar que González Urrutia obtuvo el 70% del voto mientras que Maduro recibió el 30%. Agregó que “es la elección presidencial con la mayor diferencia de la historia”.

Además de anunciar los resultados sin presentar la evidencia al público, el régimen se negó a permitir que la oposición sea testigo de los datos que el Consejo Nacional Electoral manejaba y negó también la entrega de muchas actas en centros de votación de todo el país. Adicionalmente, negó la entrada al país de observadores internacionales.

Por supuesto que el fraude empezó mucho antes de la votación. Maduro inhabilitó a Machado después de que ella ganara en las primarias con más del 90% de los votos. Por eso, ella respaldó a González Urrutia como candidato de oposición y dijo que las elecciones no eran libres, pues los venezolanos no han podido votar por la candidata que escogieron en las primarias. El régimen impuso todo tipo de obstáculos adicionales a la oposición durante la campaña. Por ejemplo, menos del 1% de los casi ocho millones de venezolanos en el exterior fueron autorizados para votar. El régimen contó con dineros y medios públicos para promover a su candidato, mientras que la censura imposibilitó que los medios cubrieran libremente a la oposición. Además, miembros de la oposición han sido arrestados y agredidos físicamente y se han refugiado en otros países. Seis miembros del equipo de Machado están bajo protección en la embajada argentina desde marzo.

Dadas estas condiciones, la victoria electoral de la oposición es todavía más impresionante. Es importante que la comunidad internacional siga presionando al régimen venezolano a ser transparente y presentar todas las actas para que sean contadas. Bienvenidas serían más declaraciones como la del presidente Rodrigo Chaves de Costa Rica: “El Gobierno de Costa Rica repudia categóricamente la proclamación de Nicolás Maduro como presidente […], que consideramos fraudulenta”.

¿Qué pasará ahora? El régimen se pondrá más agresivo. El fiscal venezolano ya ha acusado a Machado de sabotaje y amenaza con encarcelarla. Mucho depende de la actitud del pueblo y la disposición del Ejército de reprimirlo. Y, sin duda, se estarán dando intentos detrás del escenario de negociar una salida. Puede que sea improbable, pero, si se llegase a dar, no sería la primera vez que una dictadura aparentemente fuerte colapse de repente luego de una derrota moral como esta.






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Ian Vásquez Instituto Cato