“Como una virgen”, por Rossana Echeandía
“Como una virgen”, por Rossana Echeandía
Rossana Echeandía

Cuando me enteré de que la popular sor Cristina había grabado un video cantando “Like a virgin”, la ultrasensual canción de Madonna, solo se me ocurrió que la monjita se había vuelto loca. ¿Cómo era posible que una religiosa, de toca y hábito además, cantara esa canción? La única explicación era que la fama se le había subido a la cabeza y buscaba llamar la atención como fuera. Casi, casi, me parecía un escándalo. Hasta que alguien me dijo lo obvio antes de opinar (que, por cierto, se aplica a todo): escúchala. 

Así que la busqué en , la vi y la escuché. Nooo, pensé, aunque se parece al original tiene que haberle hecho cambios a la letra, lo que sor Cristina está cantando es una hermosa plegaria a Dios, no puede ser lo mismo que canta Madonna mientras se mueve como gata en celo. 

Pero sí era lo mismo, palabra por palabra, en inglés la de Madonna, en inglés la de Cristina (no en italiano, su idioma materno), así que tampoco era cuestión de traducción. ¿Cómo era posible que lo que salía de una y lo que salía de la otra, exacto en su contenido, pudiera evocar emociones tan distintas, la experiencia totalmente carnal de una y la experiencia espiritual de la otra?

No tengo la respuesta, pero se me ocurre que cada una comunica lo que tiene dentro, tal como ocurre con todos cada vez que abrimos la boca. La propia Cristina, sin embargo, lo explica muy bien: “Es la capacidad que tiene Dios de hacer que todas las cosas se tornen nuevas”.

Por supuesto que no han faltado quienes se quedaron en mi primera etapa: es una situación escandalosa que la pone al borde del mundanal ruido, como si no fuera eso lo que el papa Francisco ha pedido a los cristianos: que salgan de su estado de confort, que desplieguen sus talentos y que vayan a las periferias. Sor Cristina se lo ha tomado en serio y ha elegido la periferia, como también lo hacen tantas otras personas que asumen los riesgos que implica ser consecuentes con lo que creen.

Hace unos días también ha concluido el Sínodo de los Obispos que, reunido durante varios días en Roma con el Papa, ha tratado el tema de la familia y las nuevas situaciones que esta institución básica de la sociedad enfrenta en los tiempos actuales: los divorciados vueltos a casar, la situación de los homosexuales, la protección de la vida. Las discusiones han sido intensas, abiertas y apasionadas, según se ha podido leer en los reportes del Vaticano. El propio Francisco ha resumido que durante esta importante reunión hubo momentos de trabajo intenso, de cansancio, de entusiasmo e ímpetu, de alegría y de tensión, así como de grandes tentaciones entre las cuales vale la pena mencionar dos:

“La tentación del endurecimiento hostil, es decir, el querer cerrarse dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por el Dios de las sorpresas; dentro de la certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos aprender y alcanzar. Desde los tiempos de Jesús –dijo Francisco–, esta es la tentación de los escrupulosos y de los hoy llamados tradicionalistas y también de los intelectualistas”.

La otra tentación, agregó el Papa, es “la del buenismo destructivo, que en nombre de una misericordia engañadora venda las heridas sin antes curarlas y medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la tentación de los ‘buenistas’, de los temerosos y también de los hoy llamados progresistas y liberales”.

Ni el ‘endurecimiento hostil’ ni el ‘buenismo destructivo’ serán capaces de acoger la invitación de Francisco a salir a las periferias, todo lo contrario de lo que intenta hacer sor Cristina.