El voluntario figuretti, por Diego Macera
El voluntario figuretti, por Diego Macera
Diego Macera

Los desbordes nacionales que más han llamado la atención durante las últimas semanas no han sido necesariamente los de piedras y lodo, sino los de solidaridad. Miles de voluntarios de todas las clases sociales y rincones del país, organizados y desorganizados, han inundado los centros de acopio de donaciones y han llegado como han podido hasta los puntos críticos de emergencia llevando agua, ayuda y esperanza.

Ante esto, no han faltado los que cuestionan la motivación de algunos. Los que piden donaciones por redes sociales no serían más que voluntarios de Facebook, estimulados por ‘likes’ antes que por solidaridad. Para los criticones, los que comparten fotos de sus donaciones o comentan abiertamente acerca de su experiencia de ayuda en Carapongo entrarían en tensión con Mateo 6-2: “Cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas […] para ser alabados por los hombres”. Más que un legítimo interés por ayudar, los acusan de voluntarios figuretti.

Sin embargo, para efectos prácticos, esta discusión parece importar poco. A la señora que perdió todo en Huarmey le da exactamente igual si la ayuda que recibe viene de alguien genuinamente altruista, que los hay a montones, o de alguien que está buscando el mejor ángulo “pal Face”. Si la motivación que necesitan algunos para poner el hombro es una cámara, un ‘like’, o incluso un voto, bienvenida sea; más daño hacen los que solo critican desde su sofá en Surco. El peor tipo de ayuda es el que no llega.

Pero decía yo que esta discusión importa poco solo en apariencia porque sí existe una dimensión en que la motivación del donante o voluntario es relevante, y mucho. En teoría del altruismo existe el efecto ‘warm-glow’. Este consiste en la satisfacción personal que uno recibe por ayudar al prójimo. En la medida en que el donante o voluntario ‘warm-glow’ se siente mejor consigo mismo luego de ayudar –“¡debería haber más gente como yo!”–, el acto de desprendimiento se trataría también de altruismo impuro o –en el peor de los casos– de ego camuflado.

Pero si decíamos que no importaba que la persona que extendía al damnificado la botella de agua hiciera tocar las trompetas antes de entregarla, seguramente importará aun menos que quien reparte los víveres en Cajamarquilla reciba cierta satisfacción personal al hacerlo. Total, lo importante es que la ayuda llegue, ¿o no? Esto es casi siempre verdad; las personas muy productivas son la excepción.

Si se trata de generar el mayor impacto, las personas altamente productivas y que tienen la posibilidad de trabajar horas extras están siendo poco eficientes al donar su tiempo al acopio o entrega de víveres. Un ingeniero capacitado que –por ejemplo– puede dictar un curso de medio día en un diplomado universitario que paga US$80 dólares la hora no debería pasar su tarde embalando bolsas de comida en el sótano del coliseo Dibós. Si de verdad quiere ayudar al máximo, debe donar los cientos de dólares que genera en una tarde con lo que conoce bien –ingeniería– para comprar cientos de bolsas de comida o incluso para pagarles a varias personas para que las embalen. Eso es altruismo efectivo.

Hay, por supuesto, un importante sentido de comunidad, de horizontalidad y de íntima solidaridad con el prójimo que se pierde con esta perspectiva de altruismo efectivo, sobre todo si se trata de figuras públicas. La esencia del acto voluntario parece aquí vaciarse de empatía comunitaria para llenarse de frío cálculo. Pero el riesgo es que sean el altruismo figueretti o el altruismo ‘warm-glow’ los que lleven a personas altamente productivas a usar su tiempo en actividades que no aportan el mayor valor para las personas necesitadas. El altruismo efectivo puede ser menos personalmente placentero, menos romántico, más difícil, pero impacta mucho más.

Dicen que no hay nada más gratificante que ver en directo la sonrisa de la persona a la que ayudaste. Pues bien, para algunos, ese es justamente el problema.