Si el voto en el Perú fuera voluntario, la elección de alcaldes y presidentes regionales tendría muy poca participación de la ciudadanía. A pesar de las encuestas, de las pullas, el ambiente electoral está como el clima: frío y lluvioso. Haga su encuesta con la gente de su distrito, de su región y pregunte, abundará el no sé, ni idea.
Los de Lima no seguimos lo que pasa en ciudades importantes del interior, algún eco characato llega, pero levísimo. Y si pensamos en las regionales pues es como si se tratara de otro país. Hemos estado perforados por las denuncias de ‘narcocandidatos’, eso es lo más saltante de los próximos comicios a los que todos asistiremos el 5 de octubre. Salvo los que prefieran y puedan pagar la respectiva multa.
No sabemos si debido a los señalamientos de vínculos con el tráfico de drogas los votantes abrirán los ojos a tan importante tema. El candidato fujimorista separado de la elección por su partido en el norte chico no parece ser el ‘supernarco’ que se creía. Podría ser ajeno a tal delito. Otro, un ex dirigente cocalero, también en la lista de los ‘narcocandidatos’, anunció públicamente que enjuiciará al titular del Interior por difamarlo.
Hubo también un anónimo. La sensación que queda es que las denuncias a este respecto no serían tan ciertas, que hay que tener cautela y surge también una suerte de indiferencia ante tan importante tema. El sonido agudo en estas elecciones también se ve en los cuestionamientos a las hojas de vida de los candidatos.
Detectar si determinados candidatos mintieron sobre su trayectoria y formación profesional se convirtió en un espacio para manifestar oposición política. En Lima se tachó al alcalde de San Juan de Lurigancho y habrá que ver cómo le va al partido que lo postuló en ese importante y electoralmente caudaloso distrito. No hay discusión sobre planes, propuestas sino en torno de si el postulante y rival sale de la contienda.
Sin embargo, Lima, como las otras ciudades del país, requiere de planteamientos que absuelvan las carencias que por años padecemos. Se cree que –siendo la capital de la República y por albergar a un tercio de la población nacional– es una ciudad ricachona y no lo es. Sobre todo porque las brechas de pobreza, falta de infraestructura vial, de agua, de transporte, de servicios son inmensas. En provincias hay más urgencias y menos dinero.
Básicamente se han pergeñado propuestas sobre seguridad ciudadana y transporte. Algún consenso hay sobre esto último pero el votante limeño no parece tener discernimiento sobre –entre los 13 candidatos– cuáles son los planteamientos más realistas y practicables. Todos ofrecen puentes, líneas de metro, cámaras de videovigilancia, mayor musculatura a las juntas vecinales (cosa que a la gente no parece interesarle), acciones rápidas contra la delincuencia, pero al final los limeños se guían por los postulantes más conocidos.
El pasado del futuro alcalde de Lima cuenta, ciertamente, pero las megaciudades no viven de ello, sí de la planificación y la proyección hacia el futuro.