“Tanto Ollanta como Keiko nacieron políticamente al influjo de sus padres, que los hicieron creerse predestinados para gobernarnos”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Tanto Ollanta como Keiko nacieron políticamente al influjo de sus padres, que los hicieron creerse predestinados para gobernarnos”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

Sin lugar a dudas, el hecho más importante de la semana ha sido , presidente del directorio de Credicorp, señalando que en el 2011 contribuyeron con más de US$3’600.000 a la campaña de . Ninguna sorpresa: los aportes “discretos” de personas y empresas a diferentes candidatos han sido la norma en las campañas electorales desde siempre en el Perú. Sin embargo, estoy seguro de que para la gran mayoría ha sido muy chocante saber que Romero llevaba dinero, personalmente y en maletines, a la candidata.

Pese a que los hechos sucedieron hace casi una década, se instalan en el escenario político como si hubieran ocurrido ayer. Lo sucedido hace un daño importante al mundo empresarial y será aprovechado políticamente en esta campaña electoral. La paradoja es que muchas de las empresas nacionales y casi todas las internacionales trabajando en el Perú, aplican desde hace varios años estándares sumamente rigurosos en temas vinculados a aportes políticos, corrupción, conflicto de intereses y temas afines.

¿Cuán justificado era ese temor frente a ? Para entenderlo hay que regresar a la segunda vuelta del 2006. Por entonces, el mensaje de Humala era muy similar al de Hugo Chávez, que estaba en el pico de su poder e influencia. A su vez, Chávez no ocultaba su apoyo al comandante peruano. Ello produjo un milagro para Alan García. Siendo el político más rechazado del país por el desastre de su primer gobierno, entró raspando a la segunda vuelta y pudo volver a la presidencia.

Cinco años después, la encrucijada se volvió más complicada. Llegaron los candidatos más polarizantes a la segunda vuelta. Keiko y Ollanta auguraban a la otra mitad del país escenarios apocalípticos. Los que consideraban que con Humala terminaríamos en el ALBA, pusieron toda su influencia, poder y dinero al servicio de Keiko. Los que consideraban que con Keiko regresaban la corrupción y los abusos de los 90 pusieron toda su influencia, redes y credibilidad al servicio de Ollanta.

Vista en perspectiva, esa segunda vuelta me parece uno de los capítulos más tristes de la historia política del país. Es verdad que los dos competidores eran en muchos temas el agua y el aceite; pero, a la vez, en muchos otros eran síntoma de los mismos males.

Tanto Ollanta como Keiko nacieron políticamente al influjo de sus padres, que los hicieron creerse predestinados para gobernarnos. Ambos, Isaac y Alberto, compartían mentalidades autoritarias y despreciaron la democracia. En los dos proyectos –y casi literalmente– había cadáveres enterrados en el jardín; algo sobre lo que quienes terminaron apoyándolos en la segunda vuelta decretaron amnesia general.

Ambos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por el poder. Ollanta apoyó en RPP la asonada sangrienta (que terminó con cuatro policías asesinados) de su hermano Antauro en Andahuaylas. “Yo respaldo la acción política de mi hermano, que es una insurgencia popular”. Cuando las cosas se complicaron reculó y dejó solo al hermano pagando el crimen. Años más tarde, se daría otro fratricidio político. Para Keiko la eventualidad de su padre en libertad era una roca en el camino y no dudó en usar métodos vedados por la ley para liquidar políticamente a Kenji cuando este lo consiguió.

Si el objetivo lo ameritaba, ninguno dudó en adherirse al marxismo; claro, el de Groucho: “si no les gustan mis principios, pues los cambio por otros”. Humala no dudó en cambiar el polo rojo que lo caracterizó por años, por uno blanco al final de la campaña del 2011. Y, ya en el gobierno, ninguna de las propuestas radicales fue puesta en práctica. Más bien el estilo de su gobierno se acercó más a Nadine Heredia en aquella portada de la revista “Cosas”. Por el otro lado, Keiko se fue a Harvard e hizo una presentación en la que renegaba de su padre y virtualmente se presentaba como una “caviar”.

Otra coincidencia más; ambos demostraron rápidamente ser pésimos políticos que despilfarraron su enorme apoyo popular en poco tiempo. Comparten ahora estar investigados, entre otros delitos, por los aportes que recibieron de Odebrecht en la campaña del 2011; y, por supuesto, ambos niegan haber recibido un centavo.

Mirando para adelante, si el proceso de la reforma política se consolida en el Congreso, en el 2021 habrán desaparecido los aportes millonarios bajo la mesa; al menos del lado de las empresas formales. Mucho más difícil será evitar que dineros informales o abiertamente delictivos entren a las campañas electorales. Y eso es mucho más peligroso.