“La OEA, déjenla donde está. En Washington se ve bien bonita ¡Fuera la OEA de acá por ahora y para siempre! Nuestro camino es Unasur, nuestro norte es el sur”. Con estas palabras, haciendo gala de su consabido talento para la diplomacia internacional, Nicolás Maduro expresó su rechazo a que la Organización de Estados Americanos (OEA) debata la violación de las libertades civiles ocurrida en su país y mostró su preferencia porque el tema se discuta en la Unasur. Incluso, como para dejar claro qué tan firme era su posición, el presidente de Venezuela le envió públicamente un mensaje personal al secretario general de la organización: le dijo que se “quede quieto”, pues “a Venezuela no la pisa ninguna delegación de la OEA [...]. Insulza, no te vistas que no vas”.
¿Por qué Maduro amenaza con responder “con fuerza” cualquier “intervencionismo” de la OEA pero no tiene inconveniente en que la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) se inmiscuya en los asuntos internos de su país? La respuesta es sencilla: como mecanismo de protección de la democracia, la Unasur es simplemente inútil. En este respecto, su reputación la precede. Esta organización, por ejemplo, no tuvo reparos en apañar la forma inconstitucional en la que Maduro mantuvo el poder en Venezuela luego de la muerte de Chávez, ni tampoco en avalar su elección en medio de serias acusaciones de fraude. No es casualidad, después de todo, que haya sido creada por iniciativa de Hugo Chávez para intentar reemplazar a la OEA.
La secretaría general de Unasur, además, se encuentra convenientemente en manos del venezolano Alí Rodríguez Araque, un hombre cuyo currículum vítae dista mucho del de un demócrata imparcial frente al chavismo. En las décadas de los sesentas y setentas fue un guerrillero comunista que adoptó el alias de ‘Comandante Fausto’. Luego, durante el gobierno de Chávez, Rodríguez se convirtió en uno de sus hombres de confianza ocupando diversos ministerios y la presidencia de PDVSA. Incluso llegó a ser embajador en Cuba y, en opinión de varios, su cercanía con el castrismo lo haría el hombre de Fidel y Raúl en Unasur.
Finalmente, en esta institución las decisiones se toman por unanimidad, por lo que Maduro sabe que es imposible que adopte alguna medida en su contra. Más aun, cuando de su lado están Ecuador, Bolivia, Argentina y Nicaragua, que, además, vienen usando a la Unasur desde su creación como altavoz del discurso bolivariano.
Ahora, por otro lado, si bien la OEA no es la mala parodia de una institución de protección de la democracia que sí es la Unasur, tampoco es que tenga un impresionante récord de efectividad en lo que toca a su defensa. Como señala el reconocido periodista Andrés Oppenheimer: “La OEA es más conocida por los cocteles que ofrece en su majestuosa mansión que por sus contribuciones a la humanidad”. Y, de hecho, en lo que respecta a Venezuela ha mostrado hasta el momento una actitud más bien timorata.
Hace dos días, su secretario general (a quien Chávez llegó al extremo de tratar de “el pendejo” e “insulso doctor Insulza”) remarcó, para sorpresa de muchos, que la democracia no se había roto en Venezuela, razón por la cual descartó aplicar la Carta Democrática Interamericana. Algo así como quien anuncia que la OEA no se comprará el pleito y que, a lo más, podremos esperar de ella una tímida declaración protocolar.
Además, la OEA cedió a la presión de Caracas y decidió llevar a cabo la sesión de ayer sobre la situación de Venezuela en privado. Esta es una decisión que no tiene ningún sentido si partimos porque la principal finalidad de la OEA es que los ciudadanos de América cuyas voces son acalladas por gobiernos autoritarios tengan el respaldo de un foro en el que se discuta públicamente la represión de sus libertades para canalizar el apoyo de la comunidad interamericana.
Si la OEA es incapaz de ponerse seria con este quiebre democrático, sería mejor que, después de esta sesión, el último embajador en salir apague la luz. Tendría más sentido clausurarla que mantenerla funcionando si no sirve a aquello para lo que se creó . Además, no necesitamos una institución que nos recuerde que los países americanos no tienen empacho en ser, con su silencio o indiferencia, cómplices de los dictadores de la región. Para eso, nos basta la Unasur.