El economista norteamericano Milton Friedman decía que los arreglos económicos en una sociedad juegan un papel dual en la promoción de la libertad. En primer lugar, las libertades económicas son por sí solas un componente fundamental de las libertades personales y, por tanto, un fin en sí mismas. En segundo lugar, las libertades económicas serían –según Friedman– un medio indispensable hacia la libertad política. Y si bien los caminos para conseguir las libertades económicas y las libertades políticas no exactamente son los mismos, en el fondo estamos hablando de un solo tipo de libertad. Elegir sin coerciones qué producir y qué financiar no es fundamentalmente distinto de la elección sobre cuál programa político apoyar con tus impuestos. En Cuba, las libertades económicas –a pesar de estar ganando impulso– aún no logran abrir paso a las libertades políticas que los locales necesitan, pero poco a poco el panorama puede cambiar.
La nación caribeña es, en la práctica y desde hace más de 5 décadas, una feroz dictadura comunista, cuyo gobierno ha sumido a sus habitantes en un ostracismo internacional anacrónico. Es un país en donde los hermanos Castro deciden prácticamente todos los aspectos de la vida en la isla, y donde el espacio para la disidencia y la crítica aún está vedado.
A pesar de la cruda represión, la administración del presidente Barack Obama decidió hace poco retomar relaciones diplomáticas con Cuba, y de esa manera dejar atrás años de embargo económico y aislamiento político por parte de la primera potencia del mundo. La decisión, sin lugar a dudas, ha sido histórica para el debilitado gobierno de Obama, y será quizá también uno de sus mayores legados.
La flexibilización de las condiciones económicas con Cuba no será suficiente para movilizar a la isla hacia una democracia real –máxime cuando las condiciones demandadas por EE.UU. para retomar las relaciones no fueron sustantivas–, pero puede mover a la isla hacia la dirección correcta. El embargo impuesto para presuntamente debilitar al Gobierno Cubano a mediados del siglo pasado tuvo como consecuencia principal socavar la economía de las familias cubanas y proveer a los castristas de, por un lado, una justificación para su pobre desempeño como gobernantes y, por otro, un motivo de unión nacional contra el “enemigo externo”.
Tímidamente, algunas reformas en Cuba apuntan hacia mayores libertades en el campo económico. La telefonía móvil –hasta hace poco casi inexistente– habría superado ya los tres millones de usuarios, los mercados de autos e inmuebles se han flexibilizado, y entre este año y el próximo más de 3.000 restaurantes pasarán a ser administrados por privados. La esperanza es que estos cambios en materia económica y de conectividad posibiliten un empoderamiento de los ciudadanos cubanos, una mayor conciencia de sus derechos civiles y, eventualmente, una demanda por la reforma política.
Por supuesto, existe también el riesgo de que estas flexibilizaciones le den un respiro a la dictadura de los Castro que de alguna manera legitime su gobierno y los afiance aun más en el poder. Sin embargo, luego de más de medio siglo de régimen comunista y de los fallidos intentos por ahogar a la administración cubana, no es insensato pensar en ensayar un camino diferente que facilite a las familias cubanas los medios para discutir ideas, organizarse y progresar económicamente. Solo en la medida en que los cubanos empiecen a ganar esferas en las que hacerse responsables de su propio destino tendrán los incentivos para reclamar por voz y representatividad de parte de sus autoridades.
El rol del Estado, de hecho, es preservar las libertades de los individuos protegiéndolos de aquellos que desean coaccionarlos, incluyendo –en varias ocasiones– a los gobiernos de turno. Pensando en el caso de Cuba y en muchos más, la máxima de John F. Kennedy sobre las responsabilidades de los ciudadanos respecto a sus países podría ser replanteada de forma que no nos preguntemos qué podemos hacer nosotros por nuestra nación, sino qué podemos lograr como ciudadanos libres a través de nuestros gobiernos. Esa será, a fin de cuentas, la verdadera medida del progreso político de nuestros pueblos y la gran victoria de los cubanos.