Con frecuencia se dice que, en la guerra, la primera víctima es la verdad. Y aunque lo que estamos viviendo no es propiamente una guerra, el acierto de esa sentencia tiende a verse confirmado por la situación que se vive estos días en el país. Existe un enfrentamiento entre los que componen el brazo violento de la protesta y las fuerzas del orden, y para cada una de las partes resulta conveniente que solo se muestre a la población una porción de lo que en realidad ocurre. A saber, aquella que se relaciona con la violencia que comete el otro y nada revela sobre la propia. Desde esa perspectiva, quien pretende ofrecer un retrato cabal de la situación se convierte automáticamente en enemigo de las dos partes, y eso es lo que parece estar sucediendo con la prensa en medio de las protestas y las asonadas de estos días.
Son ya muchos, en efecto, los periodistas que han sido atacados o han resultado heridos por acción de los manifestantes o, todo hay que decirlo, de la policía. Desde agresiones verbales y amenazas hasta perdigonazos y golpes: ese el trato que numerosos hombres y mujeres de prensa han recibido en las últimas semanas al tratar de cumplir con su misión. Y si bien no es imposible que en algún caso haya existido un elemento de azar, es claro que, en general, los agresores sabían a quién estaban dirigiendo sus ataques. Estos se pueden materializar a través del grito de “prensa basura” o de un palazo propinado con alevosía, pero el objetivo es siempre que una cámara que está registrando lo que sucede deje de hacerlo. De lo contrario, los drones de distintos canales de televisión no habrían sido también atacados. La prensa, pues, se ha convertido en un blanco de las protestas y eso es inaceptable.
Los múltiples pronunciamientos de instituciones representativas de la prensa –como la Asociación Nacional de Periodistas (ANP), el Consejo de la Prensa Peruana (CPP) o el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS)– y de la Defensoría del Pueblo dan testimonio de episodios en los que colegas de distintos medios o agencias han recibido perdigonazos de la policía o han sido, literalmente, asaltados por los manifestantes violentos. La discrepancia con la línea periodística de un medio se ha convertido, así, en pretexto para buscar acallarlo de la peor manera posible, y nada indica que estos comportamientos brutales vayan a cesar…
La carga contra el periodismo independiente que estamos viviendo hoy, por supuesto, no es algo brotado espontáneamente en medio de esta coyuntura. Constituye, más bien, el desborde de una actitud de intolerancia que se ha venido cultivando de tiempo atrás desde las más opuestas trincheras políticas. El denuesto “prensa mermelera” fue puesto en boga por congresistas apristas y fujimoristas durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski; y luego, irónicamente, asumido con entusiasmo por Pedro Castillo y sus seguidores durante la campaña electoral del 2021. Una mención especial en este fomento al odio por el gremio es el que merece, por cierto, el expresidente del Consejo de Ministros Aníbal Torres, quien no descansó a lo largo de su gestión en su afán de presentar a los medios como los enemigos jurados y “corruptos” del presunto nuevo orden que el gobierno al que él pertenecía quería establecer en el país, y que ahora, en una reciente reaparición, ha llegado a gritarles a los periodistas “¡asesinos!”.
Lo que él estaba gritando en realidad era: “¡Apaga esa cámara!”. Y eso es también lo que gritan hoy los que, desde un lado o desde el otro, ejercen violencia contra quienes solo intentan reportar lo que ocurre en este dramático contexto.