Editorial: Cumbre sin borrasca
Editorial: Cumbre sin borrasca

En estos días algunos distritos de la ciudad de Lima viven un despliegue excepcional de cordones de seguridad y desvíos de tráfico. Ministros de Finanzas, presidentes de bancos centrales, ganadores del Premio Nobel en Economía, las más importantes autoridades de organismos multilaterales y otras personas de alto perfil se darán cita en la reunión anual de la Junta de Gobernadores del Grupo del y del en la capital. 

Es la primera vez en casi 50 años que esta megacita, con más de 12.000 asistentes de 188 países, se desarrolla en América Latina (las anteriores fueron en Río de Janeiro en 1967 y en Ciudad de México en 1952), y no es casualidad que el Perú haya sido seleccionado para la ocasión.

Hace poco más de dos décadas hubiese sido inimaginable desarrollar una reunión de esta envergadura en el país. A veces parece demasiado fácil olvidar lo cercano que está históricamente el período en el que el Perú fue un paria de la comunidad internacional, con una economía destrozada y terrorismo rampante.

Desde entonces se ha avanzado muchísimo. Como recordaba el domingo en estas páginas el representante del Banco Mundial para la región andina, Alberto Rodríguez, la nacional se redujo de 55% a 22,7% del 2001 al 2014. “En el Perú, las semillas están esparcidas para una mayor inclusión, más desarrollo y mayores oportunidades para todos. Y por eso, hay motivo para ser optimistas”, señaló Rodríguez. 

El país debe en consecuencia aprovechar la oportunidad de la cumbre internacional para poner una pausa sobre la agenda del día a día y reflexionar sobre su tendencia de desarrollo a largo plazo y sobre el camino que ha avanzado para llegar donde está. Más allá del ruido político, de las acusaciones a tal o cual líder partidario, y de la desaceleración del último año, resulta crucial reconocer la medida en que las libertades económicas y el respeto por la propiedad privada han contribuido al crecimiento de las últimas décadas. Según investigadores de la Universidad del Pacífico, casi el 85% de la reducción de la pobreza desde el 2004 se debe exclusivamente al crecimiento económico.

Esto no significa que no quede muchísimo por hacer o que no haya riesgos latentes. El país sigue lejos de alcanzar la madurez económica e institucional. Los procesos electorales aún tienen una alta probabilidad de dar como ganador a un candidato sorpresa de cualidades y filiaciones inciertas. Mientras, el pesimismo y el descontento por los resultados económicos y en materia de seguridad de los últimos años minan la confianza en las instituciones y el Estado de derecho. La campaña para alcanzar la presidencia y para hacerse con escaños en el Congreso es, de hecho, la oportunidad ideal de muchos para promover el tipo de políticas que nos colocaron al margen de la comunidad internacional por varios años.

Con una desaceleración económica marcada y presente, el país no debe perder de vista que crecimiento sostenido de la productividad a través de instituciones sólidas es lo único que puede garantizar el pase al Primer Mundo. Para tener una idea del camino que nos falta avanzar, quizá baste con remarcar que si el Perú logra crecer a una tasa de sostenida de 6% al año, alcanzará el bienestar económico que hoy tiene en el 2028. Por el contrario, creciendo en promedio a 2% al año, lograremos el nivel de vida del chileno promedio del 2015 en el 2078. El crecimiento probable de 3% de este año nos coloca significativamente por encima del promedio de crecimiento regional, pero aún a una velocidad insuficiente para conseguir las metas que nos hemos propuesto para el bicentenario.

La cumbre del Banco Mundial y del FMI, en consecuencia, no debería ser solo una oportunidad para que líderes globales vean de primera mano al Perú que emergió del abismo de la década de 1980, sino la ocasión para que nosotros mismos entendamos la senda que seguimos desde entonces y reflexionemos sobre la manera de fortalecerla a través de mayores libertades e institucionalidad.