Editorial El Comercio

La pandemia del , y la consiguiente cuarentena que gatilló en nuestro país a mediados de marzo del 2020, fue dura para todos. Qué duda cabe. Sin embargo, también es justo decir que hubo algunos grupos etarios que la pasaron peor que otros y que, como adultos, muchas veces se nos olvida lo que realmente sintieron los niños en los últimos dos años y medio.

Viendo en retrospectiva, queda claro que el coronavirus no fue el único que lastimó a los menores, pues pareciera que nuestras autoridades tomaron decisiones, en la mayoría de las veces, sin detenerse a reparar en ellos. ¿Cómo se explica, si no, que las mascotas pudieron salir antes que ellos a la calle? Que mientras se reabrían centros comerciales, restaurantes, discotecas y bares, los parques infantiles seguían siendo espacios vedados. Que el Perú ocupó durante muchas semanas en las mediciones de la región sobre el porcentaje de los alumnos que habían regresado a la presencialidad en los diferentes países, en contra de las invocaciones de un sinnúmero de colectivos y organismos internacionales, y ante la pasividad del Ministerio de Educación y el gobierno en general del profesor .

Como para no perder la costumbre, durante los últimos meses nuestro país volvió a estar a la cola entre aquellos en la región que todavía mantienen la obligatoriedad de las mascarillas en los salones de clases (hasta ayer, compartíamos esta clasificación solo con Chile y Bolivia). Países como Colombia, Argentina, Uruguay y varios estados de Brasil ya habían abandonado esta medida meses atrás sin que ello significase una explosión en el número de contagios por COVID-19. Ya era el momento de que nuestras autoridades le pusieran fin a esta situación que sencillamente no podía seguir extendiéndose durante más tiempo.

Anoche, finalmente, trascendió que el Gobierno los mandatos para llevar mascarilla dentro de las aulas. Este pedido no era un capricho. Especialistas han señalado en diferentes medios sobre los impactos que los barbijos pueden tener en el proceso de aprendizaje de los alumnos, especialmente de los más pequeños. Para los menores de 6 años, por ejemplo, aprender a pronunciar sin poder ver los movimientos de la boca, o identificar emociones viendo solo la mitad superior del rostro de sus compañeros o maestros “es como aprender a caminar con los pasadores atando ambos pies”, como señaló Paola Maúrtua, vocera del colectivo Volvamos a Clases Perú, en un artículo publicado en la revista “Somos” . Ello por no hablar del esfuerzo que demanda también para los docentes.

Por supuesto, hay quienes se mostraban renuentes a levantar la obligatoriedad de esta medida aludiendo al bajo porcentaje de menores de edad que han recibido las dos dosis de la vacuna. Esta es una preocupación entendible. Pero también debemos mencionar con inquietud que desde el Gobierno no se ve interés alguno en espolear una campaña de vacunación que a estas alturas pareciera sobrevivir solo por inercia y por el trabajo denodado del personal que la sostiene.

Precisamente por esto último, preocupó mucho escuchar al ministro de Salud, Jorge López Flores, afirmar que para revocar la obligatoriedad de las mascarillas en las escuelas se debía antes “tener 100% de vacunados en docentes, 80% superior en alumnos y que la positividad baje a menos del 5%”… sin explicar qué esfuerzos está haciendo precisamente su sector para llegar a estos porcentajes. Ahora que el Ejecutivo ha levantado el mandato de portar las mascarillas en el aula, debería dedicarse a trabajar para alcanzar los niveles ideales de vacunación en menores de edad. Es evidente que estos no van a ir por su cuenta a vacunarse, y que, si sus padres no los llevan, pues son las autoridades las que deberían hacer todo lo posible por llegar a ellos.

Los niños, después de todo, no deberían seguir cargando con el peso de la desidia de las autoridades. Ya lo han hecho suficiente –y en silencio– en los últimos dos años. Ya es momento de que empecemos a pensar en ellos como una prioridad y no como los últimos de la fila.

Editorial de El Comercio

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