Editorial El Comercio

El Perú es un país sísmico. No hace falta que nos lo digan los expertos; todos los peruanos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sentido uno. Hace exactamente dos semanas, en Ica, por ejemplo, se vivió una jornada insólita: se registraron de entre 5,9 y 4,1 de magnitud en menos de 24 horas. Como bien recordó en ese momento Hernando Tavera, jefe del Instituto Geofísico del Perú (), “somos un país hecho por sismos y siempre nos van a acompañar”.

Por ello, sorprende la poca seriedad con la que los peruanos, tanto gobernantes como gobernados, nos tomamos el asunto entre manos. Y el de este año, organizado por el Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) el lunes 7 de noviembre, volvió a ratificar esto.

Por el lado de la ciudadanía, varios observadores anotaron la poca participación de las personas a lo largo del país. Ciertamente, no es la primera vez que esto ocurre, pues en la edición anterior del simulacro, realizada el 15 de agosto a manera de recordatorio del fatídico que en el 2007 se cobró la vida de casi 600 personas, la colaboración de los ciudadanos también fue a todas luces insuficiente, pero esto solo debería alarmar aun más a las autoridades. Todos los años hay sacudones a lo largo del territorio nacional y permanentemente medios de comunicación y funcionarios inciden en la importancia de estar preparados ante un evento que puede ocurrir literalmente en cualquier momento, pero cuando llega la hora de participar en simulaciones de este tipo pareciera que a los peruanos el tema dejara de resultarnos relevante.

Y si los ciudadanos no se muestran tan interesados como la historia y las advertencias de los científicos nos conminan a estar, hay que decir que las autoridades no se quedan atrás. En el simulacro del lunes, por ejemplo, el sistema de mensajería de alerta temprana, a cargo del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, , pese a que el Indeci lo había solicitado. Si una herramienta pensada para funcionar ante sucesos imprevistos no es capaz de operar correctamente para una jornada en la que debía de estar programada con anticipación, ¿qué podemos esperar entonces para el día que el desastre llegue sin anuncios previos?

Pero no es solo eso. En octubre del año pasado, como recordamos, se inauguró la primera bocina del en el distrito de Lince. Sin embargo, esta no sonó en la noche del lunes. “Lo que se puso en Lince fue una presentación, pero todavía la implementación no culmina”, explicó Lorena Bustamante, subdirectora de Gestión de Recursos para la Respuesta del Indeci, una de las dos instituciones –la otra es el IGP– encargadas de implementar esta tecnología en nuestro país. Además, todavía no se ha culminado con la instalación de todo el sistema, iniciado en el 2020, pese a que esta estaba programada para el 2022.

Como informó este Diario el último martes 8 de noviembre, un sistema de alerta que sí está operativo es el conformado por los mareógrafos que, instalados a lo largo de nuestro litoral, registran los cambios en la marea para advertir ante el advenimiento de algún tsunami. No obstante, debido a su antigüedad (alrededor de 10 años), su tecnología ya se encuentra obsoleta.

Desde este Diario, a través de la campaña , hemos tratado de simular cómo sería nuestra cobertura si un sismo de 8,8 Mw (magnitud de momento), similar al que sacudió (y que, por lo tanto, podría volver a ocurrir), nos golpease hoy. Gracias a estimaciones de Indeci, por ejemplo, se conoce que habría alrededor de 110.000 fallecidos y dos millones de heridos, y que aproximadamente 623 mil viviendas quedarían inhabilitadas en la capital.

Hablamos de un escenario ficticio, pero verosímil. Y, sin embargo, situaciones que deberían servir para prepararnos como las del lunes solo nos confirman que el verdadero problema ante la ocurrencia de un terremoto de gran magnitud no necesariamente está debajo de nosotros.

Editorial de El Comercio