La Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) 2016 culminó este viernes en Paracas con un discurso del presidente Pedro Pablo Kuczynski que, por su espontaneidad y optimismo, recogió aplausos unánimes entre la concurrencia. No fue muy distinta, en realidad, la actitud de los asistentes frente a las ponencias de los diversos ministros que desfilaron por el podio en los días previos y desplegaron los proyectos de la actual administración para llegar al final de sus cinco años en el poder –el evento tenía por lema: “Desafío 2021, la oportunidad es ahora”– con una economía reactivada que permita la extensión de los servicios del Estado que la población demanda.
La exposición inaugural, a cargo del presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala, fue, en ese sentido, una de las que más atención concitó porque debía constituir el plan maestro en el que todos los planes sectoriales se acomodarían. Y, en muchos sentidos, lo fue. Pero hubo en ese discurso –y luego también en el del ministro de Economía, Alfredo Thorne– una omisión clamorosa desde el punto de vista de la lógica de la reactivación económica que preocupa: la de la reforma laboral.
En el Perú, siete de cada diez personas con algún tipo de trabajo se ven en la necesidad de desarrollarlo en la informalidad, a causa de que nuestro país, según el ránking del Foro Económico Mundial 2016-2017, tiene uno de los diez regímenes laborales más rígidos del planeta. Aparte de la marginación en materia de derechos laborales que ese estado de cosas entraña para el 70% de los trabajadores peruanos, las empresas en informalidad tienen, según datos del INEI, una productividad que equivale a un tercio de la productividad laboral total de la economía y a un quinto de la productividad del sector formal.
En consecuencia con ello, uno de los primeros cuadros que mostró el primer ministro en su exposición ubicaba la normatividad laboral restrictiva como uno de los cuatro principales problemas para ‘hacer negocios’ en el país. A diferencia de los otros tres, sin embargo –la burocracia gubernamental, la corrupción y la inadecuada provisión de infraestructura–, en el desarrollo posterior del discurso el problema fue minuciosamente ignorado, y no se dijo nada sobre plan alguno para solucionarlo.
Interrogado sobre el punto al final de su exposición, además, el primer ministro optó por las evasivas. Y, tras lanzar la especie peregrina de que CADE “quizá no es el foro adecuado para hablar de esto”, dijo generalidades sobre “ir al Consejo Nacional de Trabajo” y llegar a una propuesta ‘de consenso’ en él. La reforma laboral se convirtió así en el elefante que se paseaba por la sala, pero el vocero del gobierno no quería mencionar.
¿Cómo explicar ese comportamiento? Pues lo más probable es que, habida cuenta de lo espinoso que es políticamente el asunto, el ministro Zavala prefiriese no agitar las aguas en torno a él. Sobre todo, cuando el actual presidente y otros representantes de Peruanos por el Kambio (PPK) se comprometieron durante la campaña a dejar la llamada ‘estabilidad laboral’ intacta si llegaban al poder.
Pero reactivar la economía y la inversión privada (que es la que financia a la pública) será mucho más complejo si ese bloqueo no es despejado. Y como revela el cuadro que el primer ministro presentó al iniciar su exposición, el gobierno lo sabe. ¿A qué viene, entonces, el silencio? ¿Cree alguien en el Ejecutivo que se puede sacar adelante una reforma al respecto sin que nadie lo note?
El problema es ciertamente difícil, pero no por ello menos apremiante, y se hace necesario que el Gobierno lo enfrente de una vez y a la vista de todos. Después de todo, a pesar de lo que sugiere un viejo chiste, los elefantes nunca pueden ocultarse detrás de una margarita.