Editorial El Comercio

Hace dos días, a los 91 años, falleció , uno de los protagonistas de los cambios que marcaron y perfilaron un mundo en el que la democracia y la economía de mercado se convirtieron en los paradigmas predominantes. Los otros artífices de esa metamorfosis fueron, sin duda, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II, todos fallecidos años atrás.

Como se ha recordado estos días, ‘Gorby’ (sobrenombre más bien afectuoso que le dio la prensa occidental cuando empezó a conocerlo) se convirtió en secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1985 (cargo que mantuvo hasta 1991) y durante los tres últimos años de ese período fue también jefe de Estado de la Unión Soviética. Y si bien su figura fue desapareciendo poco a poco de la escena pública una vez que dejó el poder –hace más de 30 años–, su muerte inevitablemente ha motivado reflexiones sobre la importancia del rol que jugó en la transformación del orden mundial que se produjo mientras lideraba una de las potencias que se enfrentaron en la llamada ‘Guerra Fría’.

De hecho, la distensión que logró con Occidente le valió el Premio Nobel de la Paz en el año 1990. Pero no fue esa la única acción política valiosa que hoy se le reconoce. El impulso que dio vigente dentro del vasto territorio que gobernaba fue también un hecho auténticamente revolucionario. La introducción de la ‘perestroika’ (reestructuración) y la ‘glasnost’ (transparencia) en el régimen comunista que todavía imperaba a mediados de los 80 en la antigua Unión Soviética –y, por extensión, en el resto de los países ubicados detrás de la cortina de hierro– supuso una apertura que, a la larga, acabó trayéndose abajo las dictaduras de ecos estalinistas que existían entonces en Europa del este. Un acontecimiento cuyos hitos más relevantes fueron la caída del Muro de Berlín (1989) y la disolución de la Unión Soviética (1991).

Precisamente sobre este último hecho, se ha recordado en estos días que Gorbachov se negó a utilizar la fuerza militar para mantener la unidad de aquel imperio que se desmoronaba. Una decisión que, sin duda, terminó por salvar incontables vidas. Sin embargo, el reconocimiento que se granjeó no fue tan unánime como fuera de él. Sin ir muy lejos, el gobernante actual de Rusia, , calificó tiempo atrás la disolución de la URSS como la “mayor catástrofe geopolítica” del siglo XX.

En el 2004, como parte de una gira por América Latina, Gorbachov visitó el Perú y concedió a este Diario de la que ahora queremos destacar algunos fragmentos. Sobre su papel en los cambios a los que antes aludimos y las posibilidades que abrían para el futuro, por ejemplo, dijo: “No podíamos desperdiciar una oportunidad histórica y ahora esperamos seguir ayudando a los países en desarrollo que buscan reducir sus índices de pobreza”. Y sobre la estela de los atentados del 11 de setiembre del 2001 en Estados Unidos señaló que los gobiernos debían responder a la amenaza del terrorismo a través de “una combinación del uso de la fuerza, cuando sea necesaria, y un trabajo político que busque comprender las exigencias y problemas que originan los conflictos en los pueblos”. Finalmente, sobre cómo imaginaba el mundo en unos 20 años más, expresó que él esperaba un cambio hacia un nuevo orden con mayor seguridad y estabilidad. “Si esto no ocurre –sentenció–, podremos tener complicados problemas”.

Es una triste ironía por eso que ‘Gorby’ haya desaparecido justamente en momentos en los que Rusia, arrastrada por , parece querer regresar a las épocas de la URSS y muchos de los tratados de desarme nuclear que fomentó y firmó son prácticamente letra muerta. Ojalá esa circunstancia sirva para que el recuerdo de todo lo que logró o contribuyó a lograr detenga el retroceso al primitivismo político y económico en el que los gobernantes foráneos y locales hoy parecen estar empeñados.

Editorial de El Comercio