Editorial: La guerra pulcra
Editorial: La guerra pulcra

Cumplida la primera vuelta de las elecciones, las dudas y críticas que se plantearon en torno a los candidatos que no lograron pasar a la segunda suelen quedar olvidadas o, por lo menos, adormecidas hasta que esos políticos vuelvan a tener algún rol protagónico de implicancias electorales: una circunstancia que tiende a confirmar la idea de que esas observaciones tenían sobre todo el propósito de impactar en su performance en las urnas.

En el caso concreto de la ex postulante presidencial del Frente Amplio, Verónika Mendoza, ella sostuvo a lo largo de la campaña que los cuestionamientos a su candidatura constituían, en esencia, una ‘guerra sucia’ enderezada a ese fin. Y seguramente en más de un caso tenía razón.

Sin embargo, ahora que ya los votos están emitidos y contabilizados, queremos insistir aquí en algunas preguntas legítimas a las que ella no respondió en su momento y que, por obvia razón de que ya no está en carrera, no pueden ser ya descartadas con el expediente de que constituyen ‘guerra sucia’.

La primera tiene que ver con su contumaz defensa de la naturaleza no dictatorial del régimen chavista de Venezuela que hoy administra Nicolás Maduro, y que, por citar solo un ejemplo, gracias a la inexistencia de la independencia de poderes acaba de bloquear la ley de amnistía aprobada por el Congreso para los presos políticos (al símbolo de los cuales ella prefiere llamar “golpista”). ¿Le sigue pareciendo que aquello no es una dictadura porque “no hubo golpe de Estado” o porque se dieron allí “procesos electorales democráticos”? ¿Son esos los estándares de democracia que maneja?

La segunda duda se relaciona con su eventual intervención en una de las famosas agendas de la señora Nadine Heredia para consignar el número de una cuenta bancaria en la que la actual primera dama o el Partido Nacionalista podrían haber recibido fondos de origen incierto. Como se sabe, con respecto al controversial apunte, ella pasó en muy poco tiempo de declarar –repetidas veces y de las maneras más indignadas posibles– “lo rechazo categóricamente” a decir “no lo niego categóricamente”. ¿Qué pasó en el intermedio? Pues que apareció un correo suyo pidiendo a una de las personas que entonces representaban al nacionalismo en Venezuela recabar aportes que debían ser depositados precisamente en el número de cuenta bancaria que figura en la anotación que se le atribuye en una agenda de la señora Heredia. La señora Mendoza dice que todo el tema es “banal”, pero eso no se condice con la forma tan tajante en la que por mucho tiempo lo negó.  La pregunta que ha quedado en el aire es si  ella fue o no funcional a la captación de dineros oscuros para la causa política que en ese momento adhería. Y eso –se trate o no de un delito– requiere respuesta. 

La tercera inquietud está relacionada con su participación con “honor y alegría” en un acto por el aniversario del antiguo partido Vanguardia Revolucionaria (VR), en el que se rindió homenaje a los militantes de esa organización “que se fueron con Sendero Luminoso y murieron en la aventura que emprendieron, empezando con Julio César Mezzich”.

Esa asistencia, ciertamente, no hace de ella una simpatizante del terrorismo, como se sugirió en la campaña (máxime cuando es claro que no aplaudió la frase anterior y más bien sí lo hizo cuando alguien pidió homenajear también a María Elena Moyano). Pero, al mismo tiempo, es elocuente que en ese trance ella no hiciera nada por deslindar con lo que alguien a su lado acababa de calificar de “aventura” y en rigor no era otra cosa que el enrolamiento en una banda homicida. En lugar de ello, siguió, imperturbable con su participación en el acto, sin siquiera retirar “el honor y la alegría” con los que se había sentado ahí.

Cabe preguntarse si, por ejemplo, alguien podría tranquilamente sentarse en un acto en el que se reivindica a una persona que se fue a ‘emprender la aventura nazi’ y continuar como si nada anormal hubiera pasado.  ¿O es que acaso hay asesinatos y violencias con los que se puede ser más tolerante?  

Tres limpias preguntas para alguien que, aunque haya perdido las elecciones, quiere ejercer el liderazgo sobre un sector político llamado a participar activamente en nuestra democracia. Y que por más ásperas que suenen por el tipo de duda que quieren despejar, no pueden ser consideradas guerra sucia.