Esta semana, Migraciones informó que 85 médicos cubanos y otros 14 peruanos repatriados habían aterrizado en el país, provenientes de La Habana. “Los galenos”, explicó la entidad en un tuit, “vienen a cooperar en la lucha contra el COVID-19”. Hasta este momento y a pesar de las consultas hechas, la cancillería no ha confirmado si, como señalan algunas versiones periodísticas, ellos no estaban al tanto del convenio.
A primera vista, uno podría saludar lo encomiable de que un gobierno extranjero decida enviarnos apoyo para luchar contra la emergencia sanitaria. Tomando en cuenta que, siendo esta una pandemia, no hay país en el mundo que se halle inmune a sufrir su azote. Esto, por supuesto, solo podría ocurrir si, al mismo tiempo, ignorásemos todas las denuncias que se han conocido últimamente sobre la situación de muchos médicos cubanos en misiones extranjeras.
Tendríamos que ignorar, por ejemplo, que en noviembre pasado dos relatoras especiales de las Naciones Unidas –la encargada de las formas contemporáneas de esclavitud y la de trata de personas– enviaron una misiva al presidente cubano Miguel Díaz-Canel advirtiendo de que las condiciones de trabajo de los médicos en estas misiones internacionales “podrían elevarse a trabajo forzoso”, según los estándares de la OIT. “El trabajo forzoso –recuerdan las relatoras– constituye una forma contemporánea de esclavitud”.
Entre dichas condiciones, se encuentra que la libertad de tránsito de los médicos cubanos en el país de destino “estaría restringida y bajo vigilancia por funcionarios del Gobierno”. Que la privacidad de ellos –incluidas sus comunicaciones y amistades con ciudadanos locales– también estaría controlada. Que Cuba “retendría un porcentaje significativo del salario que los países anfitriones pagan” por ellos y que, a quienes han desertado de estas misiones, se les prohíbe volver a Cuba durante un lapso de ocho años, mientras que sus familiares en la isla “estarían sujetos a señalamientos y repercusiones por parte de entidades gubernamentales”.
Estos abusos han sido expuestos también por el periodista y columnista de este Diario Andrés Oppenheimer, que ha entrevistado a médicos desertores en su programa en CNN. Y por la organización Cuban Prisoners Defenders –que ha recopilado 110 testimonios de participantes de estas misiones–. Según esta entidad, además de todo lo anterior, a los médicos cubanos se les “hace trabajar jornadas infernales”, se les “encomiendan misiones políticas” en los países receptores, se los amenaza constantemente e, inclusive, se los “obliga a cambiar las estadísticas de trabajo”.
Tendríamos, también, que barrer bajo la alfombra el aporte que ha hecho la prensa extranjera sobre este problema.
En marzo del 2019, el diario estadounidense “The New York Times” publicó un reportaje en el que médicos disidentes narraban cómo habían desempeñado un rol proselitista para apoyar la fraudulenta reelección de Nicolás Maduro en el 2018, cuando se encontraban de misión en Venezuela. Entre otras acciones, se les habría ordenado desde “ir puerta por puerta en barrios pobres para ofrecer medicinas y advertir a los residentes que se les cortaría el acceso a los servicios médicos si no votaban por Maduro” hasta “denegar tratamientos a los simpatizantes de la oposición que tienen enfermedades mortales”.
Otro reportaje de mayo del 2019 de la BBC de Inglaterra recoge también testimonios de médicos cubanos en Venezuela. Uno de ellos cuenta: “Durante la campaña del 2004 para el referéndum revocatorio, nos enviaron a los médicos puerta a puerta para dar regalos y medicamentos, y ganar apoyos para el entonces presidente Hugo Chávez. […] A los partidarios del gobierno chavista se los anotaba como pacientes de hipertensión y a los opositores como diabéticos. Los primeros recibían mejor tratamiento”.
Frente a lo reseñado, solo caben dos escenarios posibles: que el Gobierno Peruano nunca se haya enterado de alguna de las denuncias anteriores o que aun estando al tanto de estas, decide soslayarlas o restarles gravedad porque considera que lo que se gana (más personal de salud) justifica lo anterior. De ser esto último, por supuesto, no estaríamos ante otra cosa más que una forma de complicidad del maltrato a los médicos cubanos. Un maltrato que, más allá de las simpatías ideológicas, nadie debería avalar.