Editorial: No está en mi agenda
Editorial: No está en mi agenda

Los políticos son personas que por decisión propia se exponen al escrutinio público. Se ven obligados con frecuencia a dar más explicaciones que las que un ciudadano común tendría que dar en su misma situación. Esa es una incomodidad que viene con el trabajo, pues dejar ciertas incógnitas flotando en el éter socava directamente su credibilidad y, en esa medida, su posibilidad de seguir cumpliendo el rol que eligieron para sí.

Pensemos, por ejemplo, en lo ocurrido con la señora y las especulaciones que se tejieron al principio de este gobierno sobre sus posibles intenciones de postular a la presidencia en el 2016, contraviniendo la ley electoral. Durante más de dos años la prensa le planteó directamente la pregunta y ella la evadió con fórmulas diversas, casi todas relacionadas con su agenda. “No está dentro de mi agenda”, “no es un tema que forme parte de mi agenda”, “jamás hemos puesto ese tema en la agenda”, dijo en distintas ocasiones. Y con ello solo contribuyó a acrecentar las suspicacias.

¿Estaba obligada a responder? Por supuesto que no. Como cualquier persona, ella tenía y tiene derecho a guardar silencio sobre sus afanes futuros. Pero, en tanto líder política, existía una demanda ciudadana que sugería la conveniencia de hacerlo, por lo que su reticencia tuvo un costo. Un costo que, además, se encargó de cobrarle a plazos con cada alusión al presunto proyecto de la “reelección conyugal”.

Al final, en julio del 2013, con la popularidad mellada y en medio de dudas que alcanzaban a la voluntad del gobierno de traspasar el poder al final de su período, tuvo que declarar con todas sus letras: “niego la posibilidad de postular en el 2016 porque la institucionalidad dentro de una democracia es necesaria e indispensable para que el Perú pueda desarrollarse”. Y la opinión pública desplazó su atención a otros temas. 

¿No habría sido mejor para la suerte de la administración, sin embargo, que la respuesta hubiera sido clara y tajante desde el principio? ¿Que se aplicara un ‘control de daños’ inmediato al asunto, en lugar de dejar crecer la sombra de sospecha? Nosotros pensamos que sí. Y tenemos la impresión de que ahora se ha producido un escenario semejante a propósito de un problema que, curiosamente, tiene que ver también con agendas. Nos referimos, desde luego, a las agendas presentadas el domingo en un programa periodístico y cuya propiedad se le atribuye.

En estas, como se sabe, se mencionan movimientos financieros que, si en efecto estuvieran relacionados con ella, tendrían que investigarse. Y si bien de esas anotaciones (no necesariamente suyas) a plantear una acusación de, por ejemplo, lavado de activos hay un salto enorme, es innegable que algunos documentos salidos a la luz junto con las libretas –‘vouchers’ bancarios o tarjetas de embarque que realmente pertenecieron a la señora Heredia– le prestan verosimilitud a las teorías sobre la propiedad de las agendas y los apuntes, y en esa medida amenazan con socavar una vez más la ya minada imagen de la primera dama y del gobierno en general.

La esposa del presidente –en respuesta a una pregunta directa de – ha afirmado hace poco que tiene todas sus libretas consigo. Y luego, ante la aparición de estas agendas en concreto, ha dicho enfáticamente que son ‘truchas’ y que los “datos totalmente estrambóticos” consignados en ellas no proceden de su puño y letra.

Así las cosas, la forma más expeditiva de despejar las dudas y acabar con este nuevo dolor de cabeza para la administración sería que la señora Heredia se aviniese voluntariamente a un examen grafológico en el que se comparase su verdadera letra con los escritos que ella declara falsos. Bastaría, evidentemente, la comprobación técnica de que no existe coincidencia entre un trazo y el otro para acabar con las sospechas y el descrédito.

¿Está ella obligada a someterse a semejante examen? Evidentemente, no. Pero la memoria fresca del costo que supuso darle largonas a la ola de especulaciones sobre su hipotética postulación presidencial en el 2016 debería servirle de lección para no recurrir una vez más a evasivas. El simple expediente de recitar que tal o cual anotación o propósito no figura en su –verdadera– agenda hace rato que se mostró insuficiente para desbaratar los incordios políticos que con frecuencia la agobian.