En 1548, en el contexto de la guerra civil posterior a la conquista del Perú, se produjo cerca del Cusco la batalla de Jaquijahuana, entre las declinantes fuerzas de Gonzalo Pizarro y el ejército realista. Anticipando el desenlace del enfrentamiento, pronto varios de los capitanes pizarristas se pasaron al enemigo, lo que –según la tradición– inspiró a Francisco de Carvajal, el ‘Demonio de los Andes’, uno de sus dísticos más famosos.
Era Carvajal un curtido guerrero que no desdeñaba el humor cuando las circunstancias se le presentaban adversas, y en aquella ocasión, al contemplar la deserción de sus compañeros de armas, habría improvisado: “¡Estos mis cabellicos, maire, uno a uno se los lleva el aire!”. Una frase que desde entonces ha sido citada para ilustrar diversos trances de la historia nacional, y que acaso ahora convenga traer a colación para describir lo que viene ocurriendo tras la renuncia del congresista Sergio Tejada a la bancada de Gana Perú.
Con la partida de Tejada, como se sabe, el grupo parlamentario humalista ha perdido su decimotercer miembro y ha quedado con 34 curules en el pleno. Es decir, uno menos que el fujimorismo, que pasa así a ser la primera fuerza en el Parlamento. A un año y medio del final de la actual administración, esto constituye un serio problema político, pues el oficialismo ha llegado a un punto crítico en el desbande de los votos que requiere para aprobar cualquier iniciativa o intento de reforma en el Legislativo. Y lo que veremos de ahora en adelante, al parecer, será esencialmente una lucha por la supervivencia de espaldas a las necesidades del país.
No se trata, por cierto, de la primera vez que un desgranamiento semejante se produce en una bancada gobiernista (Perú Posible, por ejemplo, empezó en el 2001 con 47 congresistas y para el 2006 ya solo tenía 31). Pero el ingrediente ideológico o programático que han alegado muchos de los disidentes sugiere que esta vez ha existido en la diáspora algo más que un cálculo electoral. Particularmente, porque la mayoría de los renunciantes a Gana Perú no ha quedado en ese éter de la indefinición que caracteriza a los aventureros políticos, sino que se ha integrado a grupos parlamentarios muy definidos en su oposición al manejo de la economía por parte del Ejecutivo.
El presidente Humala, sin embargo, da la impresión de no comprender lo sucedido, y con un desconcierto que evoca la sorpresa –aunque no el humor– del ‘Demonio de los Andes’, se ha limitado a contemplar cómo el aire se llevaba a sus congresistas, mientras él los calificaba de traidores y tránsfugas.
El origen del problema que ha dejado al gobierno corto de votos para conducir al país, no obstante, es claro y obedece, entre otras cosas, a la inveterada práctica política de mantener un divorcio absoluto entre los discursos de campaña y el posterior ejercicio del poder. Como Fujimori en las elecciones de 1990, Humala prometió en el 2011 una receta heterodoxa que luego, para fortuna de los peruanos, no aplicó desde el gobierno. Pero en el camino confundió a sus electores, a sus asesores y, por supuesto, a sus congresistas. Algunos de ellos –como los reunidos en la organización Ciudadanos por el Cambio– han llegado incluso a responderle que, en realidad, el desleal y el tránsfuga ha sido él.
Es verdad que más de uno, embelesado por las mieles del poder, se demoró en dejar su cargo o esperó a ser removido para solo después ‘descubrir’ sus discrepancias con el humalismo transformado. Pero eso únicamente demuestra que la subordinación de las supuestas convicciones a las conveniencias del momento se produjo en ambos lados de la ecuación.
En realidad, nadie en su sano juicio –y ciertamente no este Diario– puede aconsejarle al presidente retornar al calamitoso estatismo de su programa original. Sin embargo, sí resulta pertinente hacerle ver los costos de su demagogia inicial e instarlo a salir del estupor con el que contempla cómo sus congresistas lo abandonan, para lanzarse más bien a persuadir –en lugar de hostilizar– a los representantes de aquellas bancadas que pudieran brindarle los votos que ahora le faltan para continuar gobernando el país. Es decir, todo lo contrario a lo hecho con respecto a la derogada ‘ley pulpín’.