"¿Cómo evitar repetir el desempeño del 2019? En un año electoral y cargado políticamente la agenda es difícil, pero algunos lineamientos básicos parecen obvios".
"¿Cómo evitar repetir el desempeño del 2019? En un año electoral y cargado políticamente la agenda es difícil, pero algunos lineamientos básicos parecen obvios".
/ Somyot Techapuwapat / EyeEm
Editorial El Comercio

Si el gobierno realmente tiene como prioridad el crecimiento económico, la verdad es que no se nota. El crecimiento del PBI el año pasado (estimado a la fecha en 2,2%) habría sido el menor desde el 2009, y esta vez no hubo una crisis financiera internacional que lo justifique. Excluyendo dicho año de colapso mundial, habría que retroceder hasta el 2001 –19 años– para encontrar una tasa de expansión de la actividad económica menor a la del 2019.

Es cierto que el motor chino no está encendido al mismo nivel que antes, y que las tensiones comerciales entre este país y EE.UU. jalaron hacia abajo el PBI global del año pasado. El relativo deterioro del escenario internacional, sin embargo, no alcanza para explicar el pobre desempeño del Perú, como ha sugerido en más de una ocasión el Poder Ejecutivo.

Pasar por agua tibia el mal resultado del año pasado –viendo en este causas externas más que culpas internas– no ha sido lo único que preocupa en la manera en que el actual gobierno entiende el crecimiento económico.

Como se recuerda, en diciembre pasado la actual titular del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), María Antonieta Alva, señaló que “el Perú debería continuar con la reducción de pobreza, pues lo mínimo que necesitaríamos crecer en términos económicos es 1% y este año creceremos más”. Así, para el MEF, el 2,2% de expansión debería bastar para cerrar brechas.

La expresión tiene ribetes inevitables de conformismo, y uno poco justificado, además. La referencia es cercana: en el 2017 la tasa de crecimiento fue 2,5% –mayor a la anticipada para el 2019–, y la pobreza se elevó en ese período por primera vez desde que existen mediciones comparables en el 2004. La relación no es casual.

Habrá que esperar aún unos meses para conocer las cifras de pobreza del año pasado, pero debe, sí, quedar claro que una expansión del producto inferior al 3% no suele estar acompañada de mejores condiciones de empleo o ingresos reales para la población en general.

¿Cómo evitar repetir el desempeño del 2019? En un año electoral y cargado políticamente la agenda es difícil, pero algunos lineamientos básicos parecen obvios.

En primer lugar, la inversión pública debe mejorar ostensiblemente el ritmo de ejecución que exhibió el año pasado, cuando se gastaron apenas dos de cada tres soles. Este no es solo un asunto relativo a la actividad económica que genera la inversión pública –en compra de materiales, empleo directo e indirecto, movimiento de tierras, etc.–, sino sobre todo pertinente al cierre de brechas sociales y de competitividad que mantienen rezagado al Perú. El avance de proyectos emblemáticos como la línea 2 del metro de Lima, la ampliación del aeropuerto Jorge Chávez o la reconstrucción del norte es fundamental, así como un relanzamiento de Pro Inversión que vuelva a darle dinamismo a esta agencia, hoy aletargada.

En segundo lugar, la inversión privada tendrá que abrirse espacio en un escenario político incierto. La ampliación de la Ley de Promoción Agraria es positiva pero insuficiente. El gobierno no puede permitirse, nuevamente, que la construcción de grandes proyectos mineros o la producción de minas en operación se pongan en riesgo por la ausencia de un ambiente seguro para trabajar. Para Tía María, Quellaveco, Las Bambas y otros proyectos, cada uno con sus particularidades, este 2020 será crucial. En otros sectores, como energía e hidrocarburos, las definiciones de un marco regulatorio adecuado pueden ayudar a atraer inversión fresca.

En tercer lugar, la relación que logre construir el Ejecutivo con el nuevo Congreso será fundamental para moldear los ánimos de los empresarios y de los ciudadanos en general sobre la economía de los próximos meses. Las pullas políticas imponen un costo inevitable sobre las expectativas, y a la vez limitan el espacio para las reformas necesarias. Difícilmente se pueden formar ambientes de diálogo y consenso en reforma laboral, en gestión pública o en infraestructura si la agenda de los poderes del Estado consiste en cerrarse mutuamente. Para tener un mejor 2020, lo primero es empezar a reconocer lo que se hizo mal, o muy mal, en el 2019.

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