La partida de Luis Miguel Castilla de la cartera de Economía ha traído una buena noticia. Ser sucedido por quien fue su jefe de gabinete sirve para confirmar que el compromiso de este gobierno con una política económica responsable va más allá de la influencia de tal o cual ministro y es algo que puede durar hasta el final de la gestión (sobre todo, ahora que ya está despachado el tema de la “reelección conyugal”).
Sin duda, Castilla cumplió un papel importante. Primero, dio con su presencia en el gabinete confianza a una inversión que había visto con pánico la llegada al poder de quien hasta unas semanas antes de las elecciones proponía volver a la economía de los setenta. Luego, mantuvo las grandes líneas del manejo económico y permitió así que el país siguiera reduciendo la pobreza (del 2011 al 2013 salieron de la pobreza 1,8 millones de peruanos), generó empleo y aumentó el presupuesto del Estado para cumplir con sus funciones, incluidas las sociales (de hecho, para el 2013 la recaudación ya triplicaba la que era diez años atrás).
Además, Castilla empujó también algunas reformas importantes. La principal es la Ley del Servicio Civil (Ley Servir), que propone por primera vez en mucho tiempo una auténtica profesionalización y meritocracia para nuestra burocracia y que, si se ejecuta, significaría una enorme diferencia para el país. Actualmente, como dijo el hoy ex ministro, el Estado es como una “cafetera” saturada que ya no puede procesar más recursos. En realidad, hace tiempo que no puede procesar los que ya tiene. Este domingo, sin ir más lejos, informamos sobre el canon en La Convención, que ha recibido S/.5.500 millones en los últimos diez años, sin que ello haya servido en absoluto para, por ejemplo, combatir su 43% de desnutrición. No podemos listar entre los éxitos del ministro los proyectos de infraestructura dados en concesión, pues al menos los más importantes (el Gasoducto y Talara) parecen no responder a un lógica económica –o a cualquier tipo de lógica que no sea populista– y no serían viables si no contaran con lo que al final son diferentes formas de subsidios estatales –es decir, con la cortesía de los contribuyentes–. Aunque es muy posible que el ex ministro haya cedido a estas medidas demagógicas para salvar otras cosas...
Sea como fuere, lo que el nuevo ministro tiene que tener claro es que no recibe ninguna situación que pueda prestarse a pilotos automáticos. Este año es muy probable que el Perú crezca menos que lo necesario para generar suficiente empleo a fin de absorber a la población joven que anualmente se suma a nuestro mercado laboral; lo que no es más que otra forma de decir que, por primera vez en mucho tiempo, muy probablemente este año el país creará desempleo y, posiblemente, también pobreza.
La buena noticia es que el sacudón puede servir para hacer las reformas pendientes. Contrariamente a lo que sostienen los enemigos del modelo económico vigente, el Perú nunca ha tenido una economía verdaderamente libre ni nada muy cercano. Tenemos uno de los regímenes laborales más rígidos del mundo por la hipócrita razón de que con ello “protegemos” a nuestros trabajadores, cuando el 70% de ellos laboran en la informalidad. Tenemos un sistema tributario enredado, muchas veces discrecional, gravoso (con nuestro impuesto a la renta empresarial 10 puntos por encima del promedio del de los 30 países más desarrollados del mundo) y que coloca todo el peso del Estado sobre un puñado de formales. Y, en general, nuestra regulación administrativa es una hiedra en permanente y caótico crecimiento que muy a menudo vuelve en gesta heroica al intentar emprender formalmente cualquier proyecto y que incluso, continuamente, anula lo conseguido al liberalizarse tal o cual aspecto de nuestra economía. Un ejemplo dramático es cómo las barreras paraalancelarias para nuestras importaciones (permisos, licencias, normas técnicas y sanitarias) han crecido tanto desde que firmamos nuestros principales TLC que hoy equivalen a nueve veces de lo que se tendría que pagar por concepto de aranceles para importar productos al Perú si no existiesen estos TLC.
La mala noticia para el ministro Alonso Segura es, pues, que tiene por delante muchísimo por hacer. La buena es que, “muchísimo por hacer”, cuando uno tiene decisión, preparación y ganas de trabajar, significa también muchísimo por ganar.