(Foto: Christian Ugarte/El Comercio).
(Foto: Christian Ugarte/El Comercio).
Editorial El Comercio

Desde que, meses atrás, empezó a tomar distancia de la línea oficial de a través de declaraciones a la prensa o colgadas en las redes, se especulaba sobre la existencia de un sector de la bancada naranja alineado con él. Los rumores más exagerados hablaban de 30 congresistas; los más modestos, de 7. Y se decía que se trataba de un conglomerado mayoritariamente provinciano e insatisfecho por la postergación de la que había sido objeto cuando se distribuyeron las presidencias de las comisiones que tocaban a ese grupo parlamentario.

Pues bien, el proceso disciplinario que culminó con la suspensión del referido legislador en sus derechos como miembro de la bancada por 60 días dio pie a que ese bloque finalmente se expusiera a la luz pública. A través de una carta dirigida a y fechada el 11 de julio, efectivamente, expresaron su disconformidad con la posibilidad de que se sancionase a su “querido colega congresista Kenji Fujimori” y ‘rogaron’ a la destinataria de la misiva “suspender esta dura medida hasta que la concordia en el ámbito familiar permita superar esta situación”.

Curiosamente, sin embargo, al tiempo de dejar claro que el bloque existe, sus miembros pusieron en evidencia que, en el fondo, no eran todo lo contestatarios ni todo lo disidentes de la ortodoxia naranja que se había pensado.

Primero, porque cuando se votó la moción para suspender a Kenji, hubo 44 votos a favor, 7 abstenciones y nada más. Es decir, en lugar de votar en contra de la iniciativa y dejar sentada su posición, los presuntos levantiscos no asistieron a la sesión, se abstuvieron o –las matemáticas sugieren que así fue en más de un caso– terminaron votando a favor del castigo que consideraban injusto y dañino para la organización.

Y segundo, porque, al dar por sobreentendido que Keiko podría suspender a voluntad un proceso iniciado invocando las normas internas del partido, se revelan conformes con la naturaleza nada institucional y más bien monárquica de la estructura política a la que pertenecen. El problema para ellos no es, al parecer, que el poder dentro de FP se ejerza por sucesión dinástica, sino la identidad de quien recibe esa gracia. Y llegado el caso, además, no llevan ese desacuerdo ni siquiera al límite que las propias reglas de juego internas de la bancada les permiten. Esto es, a presentarse en la sesión en la que el asunto debe definirse y votar en contra.

Se diría que son capaces de exteriorizar por un momento cierta rebeldía, pero que luego le ponen pausa.

Las razones esgrimidas por la organización fujimorista para suspender a Kenji son, a todas luces, una excusa para reprimir su prurito discrepante. Si los agravios y los “actos contra la fraternidad” entre los integrantes de la ‘bankada’ fuesen realmente considerados entre ellos una causal inexorable de sanción, quienes se han referido al benjamín de los Fujimori en términos bastante más despectivos que el de ‘leones’ tendrían que haber corrido hace rato la misma suerte.

Nos referimos específicamente a la parlamentaria (que dijo de él que “prácticamente vive solo en el Congreso, aislado, no se vincula con el resto de los congresistas”), a (que sibilinamente apuntó: “A él le gusta hablar de animales; yo hablo de personas”) o a (que rebajó sus discrepancias a actitudes de adolescente, a pesar de que estaba hablando de una persona que tiene más de 37 años).

Pero los ‘kenjistas’, en su apocada insumisión, no han atinado a elaborar siquiera un argumento tan elemental como ese en defensa de su vapuleado caudillo, y eso quizás ha sido lo que motivó ayer al ex presidente a bregar él mismo por la causa de su hijo, escribiendo “” en su cuenta de Twitter.

Una intervención que puede cambiar muchas cosas en este escenario, pero ciertamente no la apariencia monárquica de la opción política que todos ellos encarnan.