Parafraseado al líder sudafricano Nelson Mandela, una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a sus niños. La incapacidad de los más jóvenes de levantar la voz para defender sus derechos los hace especialmente vulnerables. Y, si esa métrica es correcta, el Perú de los últimos años tiene poco o nada de lo que enorgullecerse como país.
El maltrato que aquí han recibido los menores de edad desde que se inició la pandemia no tiene parangón en la región. De acuerdo con el exministro de Educación Rosendo Serna, el Perú fue el último país de la región en retornar a la presencialidad en las aulas. Mientras que en países como Chile o Colombia el retorno a clases se inició con fuerza a comienzos del año pasado, el Perú se tomó casi un año adicional para masificar la presencialidad. El retorno a clases, además, vino con una distorsión especialmente relevante para los más jóvenes: el uso obligatorio de la mascarilla. Como en el caso anterior, el Perú también fue de los últimos en hacer optativo su uso en escuelas, al costo de retrasar el desarrollo emocional y comunicacional de los menores.
A pesar de los discursos del expresidente Pedro Castillo en los que aludía a la prioridad que tendrían los niños y jóvenes durante su administración, la verdad es que estos nunca estuvieron en el centro de ninguna agenda. Durante su gobierno, el enfoque del sector Educación estuvo principalmente orientado –más bien– a conceder prebendas para docentes, a bajar los requisitos meritocráticos en la carrera pública magisterial y a incitar vendettas absurdas entre sindicatos de profesores. Como se recuerda, una de las primeras acciones de Castillo como jefe del Estado –tan temprano como el 30 de julio del 2021– fue la inscripción de la Federación Nacional de Trabajadores en la Educación del Perú (Fenate Perú), gremio fundado por el propio presidente unos años antes.
La desatención del sector ha motivado, además, una suerte de normalización del cierre de las escuelas. Tras el intento de golpe de Estado de Castillo, el Ministerio de Educación (Minedu) decidió suspender “en todo el territorio nacional las clases del turno tarde y noche de las instituciones de educación básica, técnico-productiva y superior universitaria”. Solo en abril y en junio de este año, diversas autoridades se manifestaron a favor de suspender las clases en Lima ante anuncios de paro de transportistas. Lo que antes era una acción extrema para casos de emergencia, hoy parece ser moneda corriente. Los años perdidos de clases no importan mucho. Los estudiantes pagan las principales consecuencias, pero también los padres de familia que no disponen de opciones para atender a los menores en casa durante horario laboral.
Más allá de la asistencia a clases, cualquier enfoque moderno de enseñanza y desarrollo personal debe tomar en cuenta las preocupaciones de los mismos jóvenes. Para escuchar su voz, desde el año pasado este Diario retomó el programa Corresponsales Escolares, que data de 1984. El objetivo es interesar a las nuevas generaciones en los asuntos más apremiantes para el país, y facilitarles medios de expresión que cumplan altos valores periodísticos. Hasta el momento se han publicado más de 200 notas en este sentido.
Lo que revelan los temas elegidos por los corresponsales es preocupación por la salud mental –tremendamente golpeada entre ese grupo poblacional a consecuencia del aislamiento social obligatorio–, por el abandono escolar y por temas medioambientales. “Por muchos años (el río Lurín) se ha visto afectado principalmente por la contaminación generada por desechos domésticos, desmontes y desembocadura de desagües. Las problemáticas están llevando poco a poco a la pérdida de este río y con ello a toda la biodiversidad que encierra”, escribían, por ejemplo, la semana pasada cinco jóvenes invitados por El Comercio.
Aunque resulta obvio, parece que a veces se nos olvida que el Perú de las siguientes décadas será liderado por las generaciones a las que hoy se les está prestando la menor atención. Y el error en que incurre el país al no poner sus intereses y su voz en el centro de las prioridades nacionales lo pagaremos por mucho tiempo. Los niños han sufrido mucho por la pandemia y por la desidia de nuestras autoridades en los últimos dos años para que recuperen algo de la normalidad que el confinamiento se llevó. Este 2023 debemos dejar de considerarlos a la zaga de nuestras prioridades como país. Se los debemos.