“Lo que vimos es una segunda ola mucho más fuerte, mucho más agresiva, producto de varias cosas. En primer lugar, producto de una cierta laxitud en la aplicación de las restricciones durante Navidad y Año Nuevo, que propició contactos. Pero quizá lo más importante fue la aparición de la variante brasileña, que no anticipamos y que se extendió rápidamente por todo el país”.
Las palabras anteriores fueron pronunciadas por el entonces presidente Francisco Sagasti en una entrevista ofrecida a “Correo” a mediados de mayo. En ese momento, el ahora exmandatario reconocía algunos errores de su administración al momento de atajar el alza frenética de los contagios por COVID-19 en el territorio nacional a inicios del año. Y no corría solo. A finales de enero, con la situación del país saliéndose peligrosamente de control, el biólogo Patrick Wieghardt explicaba en una entrevista en Canal N que “el acelerador de esta [segunda] ola ha sido lo que ha pasado en Navidad y Año Nuevo, las reuniones que ha habido”.
En las próximas semanas, como sabemos, nos encontraremos nuevamente frente al trance de las festividades de fin de año y, con ello, frente a la responsabilidad de cuidarnos a nosotros y a las personas que tenemos más cerca. Esto, además, en momentos en los que algunos indicadores (como los contagios diarios) vienen registrando un incremento sostenido en el país en las últimas semanas, en los que varios gobiernos en Europa están restituyendo restricciones ante el avance del virus y en los que la aparición de la variante ómicron ha puesto en alerta a los especialistas y a las autoridades en todo el planeta.
Es cierto que, en el caso de ómicron, los científicos todavía están lejos de saber con exactitud si es más contagioso, si genera un cuadro más grave de la enfermedad y si presenta alguna resistencia a las vacunas que se han desarrollado hasta ahora y que se vienen administrando en el país (el ritmo de la ciencia, como sabemos, es uno pausado y metódico). Las reflexiones que debe motivar, no obstante, sí son bastante conocidas: habida cuenta de que el virus está en constante mutación, la posibilidad de que se desarrolle una variante mucho más agresiva está latente y, sin embargo, la mejor forma de combatirla es tomando las medidas sanitarias que ya conocemos.
Frente a este escenario, además, el Ejecutivo ha dispuesto algunas restricciones adicionales. Desde hoy se exigirá que, en todo el territorio nacional, los mayores de 18 años que deseen ingresar a espacios cerrados como centros comerciales, restaurantes, teatros, cines u otros, porten su carnet físico o virtual que acredite que han completado su esquema de vacunación contra el COVID-19; esto es, que tengan cuando menos las dos dosis ya puestas. Dicho requisito también aplicará para quienes quieran realizar viajes interprovinciales, para los cobradores y conductores del transporte público, para quienes hacen servicios de delivery y para aquellos que laboren de manera presencial en centros de más de 10 trabajadores.
En el Perú, hasta la fecha, casi 19 millones y medio de personas han sido inoculadas con las dos dosis, según el Ministerio de Salud. Sin embargo, todavía hay un bolsón importante que no ha recibido la vacuna o que solo se ha colocado la primera dosis. Solo en Lima, cerca de 1,16 millones de mayores de 20 años todavía no están vacunados, mientras que otros 600 mil no han completado su esquema de vacunación a pesar de haber sido convocados para dicho fin meses atrás. Esto, a pesar de los esfuerzos desplegados por esta gestión y la anterior, por ejemplo, celebrando jornadas ininterrumpidas de vacunación (las famosas vacunatones) o movilizando brigadas a domicilios y lugares públicos.
Todas las vacunas aplicadas en el país, como se ha dicho ya, son efectivas para evitar que una persona infectada con el coronavirus desarrolle un cuadro grave de la enfermedad. En ese sentido, es crucial que todos pongamos el hombro y que, de igual manera, sigamos cuidándonos para que en unos meses no nos lamentemos, como este 2021, de las reuniones de fin de año.
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