Editorial El Comercio

En otras circunstancias, se hubiese podido destacar el 2024 como el año de mayor celebración en la historia. Después de todo, cerca de la mitad de la población global vivió al menos una en este período. Sin embargo, a lo largo del mundo, hay más razones de preocupación sobre el estado de la democracias y de las libertades políticas que de celebración.

Es positivo, por supuesto, que más de 40 países hayan tenido comicios libres, con alta participación ciudadana y sin evidencias de manipulación o interferencia. De hecho, de acuerdo con la Unidad de Inteligencia de “The Economist”, el porcentaje de electores sobre el total de personas hábiles para votar subió por primera vez en dos décadas. Destacan en esta mejora países como Francia, México o Indonesia.

También hubo, sin embargo, elecciones sin garantías de procesos justos y obviamente manipuladas. Fue el caso, por ejemplo, de Rusia y Venezuela. En el primer país, el aparato totalitario de Vladimir Putin encarceló y asesinó a su principal contendor, Alexei Navalny, mientras que en Venezuela el régimen de Nicolás Maduro desconoció los resultados que daban una aplastante victoria a Edmundo González Urrutia. En otras naciones, el presidente saliente logró dejar en el poder a alguien que le permitiese mantener influencia. Andrés Manuel López Obrador lo consiguió en México con Claudia Sheinbaum, y Joko Widodo en Indonesia con el actual presidente Prabowo Subianto, quien eligió al hijo mayor de Widodo, de 36 años, como su vicepresidente.

Una de las preocupaciones centrales a escala global es el deterioro del centro político en favor de la agenda populista, nacionalista o radical, incluso en naciones desarrolladas. El voto de rechazo al establishment político es cada vez más potente. En Europa, los últimos movimientos políticos del Reino Unido, Holanda, Francia o Alemania confirman la tendencia. Al mismo tiempo, líderes de corte autoritario, como Nayib Bukele, en El Salvador, parecen fortalecerse. En este aspecto, se hace imposible dejar de mencionar la victoria de Donald Trump en EE.UU. como un ejemplo más del voto de protesta a la política tradicional. Sus decisiones en asuntos de comercio, inmigración, cambio climático, impuestos y otros temas claves marcarán buena parte de la agenda global en el 2025.

El escenario es, pues, convulso. Guerras simultáneas en Europa y en el Medio Oriente complican aún más un ambiente encrespado por las redes sociales, la desinformación, las secuelas del COVID-19 y el rechazo progresivo a la institucionalidad del multilateralismo liberal posterior a la Segunda Guerra Mundial. Más que nunca, el mundo necesita electores libres e informados que sepan hacer valer su voz. Los tiempos que se acercan podrían, de lo contrario, ser oscuros para la democracia y las libertades conseguidas en el último siglo.


Editorial de El Comercio

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