Se necesita conectar algunos puntos para entender lo que hay detrás del oficio que le envió hace dos días el fiscal supremo Tomás Gálvez Villegas a la fiscal de la Nación, Zoraida Ávalos, para solicitarle que se “programe la concurrencia” de los miembros del equipo especial para el Caso Lava Jato a la Junta de Fiscales Supremos “con carácter de urgencia” a fin de que expliquen “varias deficiencias” en el acuerdo de colaboración suscrito con la empresa Odebrecht.
Lo primero es que la decisión de llevar al fiscal Rafael Vela y a su equipo a dar explicaciones ante la junta fue acordada por esta última instancia hace casi un mes, gracias a los votos de los fiscales supremos Gálvez Villegas, Raúl Rodríguez Monteza y Pedro Chávarry, y a expensas del voto negativo de Ávalos y de la ausencia del también fiscal Pablo Sánchez.
Los tres primeros –Gálvez Villegas, Rodríguez Monteza y Chávarry–, vale recordar, comparten, además del mismo sentido de sus votos en aquella ocasión, la circunstancia de tener audios con el polémico exmagistrado César Hinostroza. Los tres, también, han sido señalados por la fiscal Sandra Castro de integrar una presunta organización criminal conocida como Los Cuellos Blancos del Puerto (que también incluiría a otros altos cargos de la judicatura). Y, en el caso específico de Chávarry, este ya ha exhibido en más de una ocasión sus intentos por tratar de desarticular tanto al equipo especial (al remover en la víspera del Año Nuevo a los fiscales Rafael Vela y José Domingo Pérez) como al acuerdo con la empresa (al anunciar que haría público su contenido).
El mismo Gálvez, por su parte, afronta un pedido de impedimento de salida del país formulado ayer por su colega Pablo Sánchez –en contra de él, del exmagistrado Hinostroza y del expresidente del extinto Consejo Nacional de la Magistratura, Orlando Velásquez– por un plazo de ocho meses. A Gálvez se lo viene investigando en su propia institución por los delitos de patrocinio ilegal, tráfico de influencias agravado, cohecho activo específico y organización criminal en agravio del Estado; una retahíla de acusaciones nada tibias.
Ahora, el señor Gálvez busca presionar al equipo Lava Jato exigiendo que sean interpelados por la junta que él y sus colegas (también cuestionados) integran arguyendo ‘deficiencias’ en los tratos del convenio de colaboración con Odebrecht. Una citación que, a juzgar por los términos que usa el fiscal en su oficio (“se está realizando una investigación deficiente e incumpliendo la ley así como favoreciendo ostensiblemente a la empresa”), parece anticipar que tendrá más de aporreo y de descalificación contra los invitados que de genuina preocupación.
Cierto es, por otro lado, que la existencia de trabas contra el acuerdo y contra el equipo Lava Jato desde el interior de la fiscalía no es algo nuevo. Ya lo había advertido el fiscal Vela en diciembre cuando denunció que él y su equipo habían sido “permanentemente hostilizados” desde adentro de la institución, y que parecía que se quería “obstruir el convenio, para que la averiguación de la verdad se vea comprometida”. Y aunque entonces la identidad de los presuntos amedrentadores era medianamente reconocible, con el tiempo esta ha comenzado a aclararse.
Lo más agobiante de todo, empero, es que las únicas llaves para retirar a los fiscales supremos cuestionados (que son mayoría en la junta) están trabadas. Por un lado, el Congreso, que tiene la facultad para inhabilitarlos, ha mostrado una injustificable indulgencia al tratar los pedidos de remoción contra los polémicos fiscales. Y por el otro, la Junta Nacional de Justicia –que estará facultada para retirarlos– no tiene un solo integrante y no parece que vaya a estar operativa en el corto plazo.
Que el acuerdo con Odebrecht –que solo esta semana ha dado información valiosa en varios casos de corrupción– tendría enemigos era algo que podía preverse con facilidad. No obstante, vale l apena no perder de vista los gestos de quienes buscan romperlo desde adentro y, en ese sentido, el oficio del fiscal Gálvez parece apenas una ficha más de una estrategia que se yergue como algo bastante mayúsculo.