Ayer, en Miami, la Organización Deportiva Panamericana decidió que Lima sea sede de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos del 2027, tal y como ocurrió en el 2019. Se trata, a no dudarlo, de una buena noticia, no solo porque la designación traerá incontables beneficios para nuestra capital, sino también porque además se trata de un buen ejemplo de lo que nuestras autoridades pueden lograr cuando deciden trabajar por un objetivo en común.
No hay que olvidar que esta elección –Lima obtuvo 28 votos, uno más de los que se requería para resultar ganador– se consiguió gracias a una candidatura fraguada en tiempo récord. Inicialmente, el evento iba a tener lugar en la ciudad colombiana de Barranquilla a la que, sin embargo, le fue retirada el encargo el 3 de enero último por incumplir con una parte de los compromisos asumidos. Apenas dos semanas después de que la sede quedara vacante, Lima ya tenía lista su candidatura para contraponerla a la de Asunción, la capital paraguaya que, muy por el contrario, venía preparando su postulación desde hacía por lo menos un año. El éxito de ayer, por ello mismo, solo fue posible con el compromiso de todas las autoridades implicadas en el tema, desde Renzo Manyari, presidente del Comité Olímpico Peruano (COP), y Carlos Zegarra, director del Proyecto Legado, hasta la presidenta Dina Boluarte y el alcalde capitalino, Rafael López Aliaga.
Es cierto que un factor que jugó a favor de Lima en esta elección fue la infraestructura deportiva que dejó la cita del 2019. Pero también es cierto que hay que saludar allí el trabajo realizado por Legado, que se encargó no solo de mantener en buen estado las obras que nos dejaron aquellos juegos, sino también de que estas sigan en funcionamiento para aquello para lo que fueron erigidas. Ya hemos visto –y desde este Diario lo advertimos antes de que se realizaran los Panamericanos y Parapanamericanos del 2019– que eventos como los Juegos Olímpicos de Atenas en el 2004 y de Río de Janeiro en el 2016 dejaron una serie de instalaciones en estado deplorable, sin mantenimiento y sin uso alguno para los residentes de dichas urbes, pese al gran costo que habían demandado. Es saludable que el Perú no haya seguido esa desastrosa senda.
Por supuesto, más allá del orgullo por este nombramiento, a partir de hoy empezará una carrera contra el reloj para que Lima pueda cumplir con lo que se espera de una sede de este tipo de eventos. Y si bien en infraestructura deportiva no estamos tan mal, a nivel de ciudad vamos bastante retrasados. Quizás el mayor reto que las autoridades deben resolver de acá al 2027 es mejorar la gestión del tránsito para acoger además el gran flujo de visitantes que llegarán a nuestra capital.
En ese sentido, mientras este año se inaugurará el nuevo terminal del aeropuerto Jorge Chávez, los accesos para llegar a este, incluyendo la vía expresa que debe conectarlo con la Costa Verde, recién lo harían en octubre del 2027. Por no hablar de las líneas 2, 3 y 4 del metro de Lima cuyos trazos ya están definidos, pero cuya inauguración se ve todavía bastante lejana. Conscientes de lo engorroso que resulta culminar grandes obras de infraestructura en nuestro país, estos juegos pueden ser entonces una oportunidad de oro para espolear a las autoridades a terminarlas en los próximos tres años. Recordemos que la justa del 2019 permitió la construcción de varias obras viales, como el ‘by-pass’ de la bajada Armendáriz y el mejoramiento de una serie de avenidas en distintos distritos.
Por último, Lima 2027 debe mover a nuestras autoridades a ponerle énfasis a nuestros deportistas, muchos de ellos injustamente maltratados y olvidados, pese a los logros que consiguieron para el país el año pasado en Santiago de Chile.
Al final del día, la medalla más importante que podemos ganar no es solo la que esperemos que brille en el pecho de nuestros deportistas, sino aquella que le deje a nuestra capital un cúmulo de obras que mejoren la vida de sus residentes para la posteridad.