Luis Bedoya Reyes, fundador del Partido Popular Cristiano (PPC), constituyente, exalcalde de Lima y dos veces aspirante al sillón de Pizarro, murió ayer a los 102 años.
En circunstancias comunes, la partida de un demócrata de la talla del ‘Tucán’ sería un suceso profundamente triste. Pero el hecho de que el pepecista por antonomasia haya dejado de existir en el pico de una campaña electoral, donde la poquedad y la mezquindad vienen siendo protagonistas, nos obliga a añadirle reflexión al duelo. Su memoria y trayectoria suponen un contraste enfático con los modales (o ausencia de ellos) que hoy caracterizan nuestra política, donde el tropiezo del adversario o el sabotaje del rival valen más que el bienestar del país.
En efecto, Bedoya Reyes supo siempre poner por delante de sus intereses particulares o partidarios los del Perú. Aunque durante su carrera ha tenido episodios de éxito, como las campañas electorales que le procuraron dos períodos sucesivos a la cabeza de la Municipalidad de Lima en los años sesenta, también supo dar el ejemplo luego de la derrota. Tras no haber sido elegido no les trasladó una actitud revanchista a sus bancadas en el Congreso; más bien, apeló a la colaboración –como ocurrió durante el Gobierno de Acción Popular entre 1980 y 1985– y ejerció contrapesos y fiscalización responsables –como lo hizo entre 1985 y 1990 en el transcurso de la administración aprista–. Aunque el detalle de las decisiones tomadas por su partido en cada una de estas circunstancias pueda ser materia de discusión, no lo es la integridad detrás de las determinaciones de su líder.
Otro de los recordatorios más palmarios de su actitud fue el apoyo sin condiciones que, a fines de los 70, le dio a Víctor Raúl Haya de la Torre para que se convirtiera en presidente de la Asamblea Constituyente, elegida en los amenes de la dictadura militar en un proceso en el que el PPC quedó segundo. Los tiempos exigían tino y madurez para evitar causarle mayor zozobra al país y eso es lo que él privilegió.
A pesar de que en los últimos años los conflictos intestinos del PPC y sus exiguos resultados en los procesos electorales no hayan estado a la altura de la trascendencia histórica y política de su líder, el ‘Tucán’ nunca dejó de hacerse escuchar. Siempre atendió a los medios cuando estos lo buscaron. De hecho, en una entrevista a este Diario en febrero del año pasado, describió con sensatez cómo debería lucir el presidente del bicentenario, aquel que elegiremos el 11 de abril: “Lo imagino maduro, sereno, con visión histórica del pasado, pero con visión más presente de las metas necesarias. El bicentenario es un hito para mirar hacia atrás e imaginar hacia adelante”.
Los electores deberían tomar en cuenta este punto de vista a la hora de llenar sus cédulas de votación en algunas semanas. Tras cinco años de fricciones y de turbulencias políticas –muchas de las cuales podrían haber sido evitadas si hubiesen primado los principios y la integridad que caracterizaban a Bedoya Reyes–, lo vital será buscar representantes que, como el personaje que nos ocupa, procuren el beneficio del país por encima de cualquier interés y que busquen la escrupulosa protección del Estado de derecho y la democracia.
Aunque demandar la defensa de estos valores debería ser una perogrullada, la difusión mundial de ideas que los pretenden socavar hacen necesario insistir con ello. En ese sentido, la memoria del ‘Tucán’, perennizada en su trabajo incansable por el país, debería hacer las veces de brújula. Un ideal humano y hasta imperfecto, pero empático y, sobre todo, patriótico.
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