Editorial El Comercio

El escritor peruano más universal se despidió ayer de las columnas de opinión que publicaba desde hace 33 años en el diario español “El País”. A través de estas, reproducidas en varios medios del mundo incluyendo El Comercio, ofreció una visión que combinaba –como solo él lo sabe hacer– coyuntura política latinoamericana, erudición intelectual y principios liberales básicos con una prosa magistral.

Como es natural, una figura de la talla de Vargas Llosa –que ha atravesado con valentía géneros y diversos espacios de la vida nacional– despierta simpatías y antipatías en su país de origen. Pero, cualquiera sea la opinión sobre sus posiciones políticas, es innegable que se trata de una persona con un talento único, y que ha expresado siempre lo que pensaba con claridad y honestidad.

Como él mismo reconoce en su última columna “Piedra de toque”, estas creencias no han sido estáticas, sino más bien dinámicas durante su vida. “En muchas cosas he sido consistente a lo largo de las décadas, y en otras he ido variando mi manera de pensar”, escribe en su último artículo de opinión. Así, el joven escritor empezó con admiración por las ideas socialistas de la revolución cubana de Fidel Castro, que luego fue convirtiéndose en desilusión. El infame caso del poeta Heberto Padilla –apresado y luego forzado a una autocrítica pública por amonestar veladamente la dictadura de la isla– terminó de romper el hechizo del régimen cubano sobre Vargas Llosa. Otros notables intelectuales de su generación se mantuvieron del lado de los Castro. Con los años, Vargas Llosa fue virando más bien hacia la defensa de la democracia y de las libertades individuales hasta convertirse en una de las voces más influyentes del liberalismo latinoamericano. Son justamente estas columnas las que mejor ilustran su madurez de pensamiento.

En este rol, a Vargas Llosa jamás le tembló la voz para denunciar en mil palabras quincenales lo que a su criterio eran candidatos antidemocráticos o regímenes autocráticos en Latinoamérica y en el resto del mundo. Para ello, su breve paso por la política partidaria peruana –con la derrota final frente a Alberto Fujimori en la segunda vuelta de 1990– le concedió una visión práctica de lo que significa la lucha por el poder en esta parte del planeta.

Este Diario ha tenido el privilegio de publicar “Piedra de toque” en varios períodos desde 1991. El último tramo se inició en agosto del 2021 y culminó ayer. La voz del Nobel peruano, de 87 años, se extrañará sobre todo en tiempos en que la polarización política nubla la capacidad reflexiva y los ansiosos de poder –con discursos iliberales y populistas– buscan explotar las debilidades del sistema democrático. Si bien en algunas ocasiones se podía discrepar de sus análisis y recomendaciones políticas, también se podía estar siempre seguro de que venían de alguien con firmes convicciones democráticas, honestidad intelectual, amplísima trayectoria y respeto por las libertades individuales, lo que lo convertía en un referente obligado del debate público. El escritor mencionó este año que su etapa de novelista también había concluido y solo le quedaba pendiente de redactar un ensayo sobre el intelectual francés Jean Paul Sartre.

Pero en las últimas páginas de su reciente novela, “Le dedico mi silencio”, Vargas Llosa alude a una posible creación literaria final del protagonista de su historia, Toño Azpilcueta, un viejo fanático de la música criolla con vocación de escritor ya en tiempos de retiro. El lector no sabe si, a pesar de todo, Azpilcueta se anima a una última pieza, y quién sabe si este podría ser también el caso del propio Vargas Llosa.

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