(Foto: Presidencia Perú).
(Foto: Presidencia Perú).
Editorial El Comercio

El desdén del hacia la política no es nuevo. Lo ha sugerido una y otra vez en la selección de perfiles para sus distintos equipos ministeriales y lo ha manifestado también a través de frases como “al peruano que va en su combi al trabajo [la política] le importa un pepino”, cuando la prensa le ha consultado sobre la materia. Nunca, sin embargo, había sido tan terminante al respecto como hace dos días, con ocasión de la despedida del .

El domingo, efectivamente, poco antes de que el Sumo Pontífice se embarcase de regreso a Roma y ante un comentario sobre el cariño que estaba recibiendo de la gente, el mandatario le señaló: “Lo único malo que tenemos aquí son los políticos”. Lo que no mereció respuesta alguna del Papa.

Hay quienes han querido considerar la expresión simplemente como una muestra más de ese incomprendido humor que el presidente reputa como ‘inglés’. Pero la verdad es que conspiran contra esa interpretación amable no solo los antecedentes ya mencionados, sino otras intervenciones suyas posteriores al trance en el que casi resulta vacado por el Congreso y que son consistentes con su teoría de una presunta perfidia de parte de los políticos hacia este gobierno.

El 8 de enero, en una cita con los gobernadores regionales en Palacio, el jefe del Estado afirmó: “Hemos pasado un rato muy difícil, como saben. Pero al final yo creo que se superó porque las acusaciones estas no tenían la más mínima base”. Y tres días más tarde, durante una entrega de viviendas en un asentamiento humano de Catacaos (Piura), volvió sobre la idea. “Yo le pido a la clase política que nos deje trabajar. Eso es lo único que queremos hacer. Como ustedes saben, el último mes ha sido durísimo”, declaró frente a los pobladores locales.

Si seguimos su lógica y asumimos que las acusaciones que lo llevaron al proceso del que a duras penas se salvó el 21 de diciembre “no tenían la más mínima base” y fueron parte de un rato difícil al que lo habría sometido una ‘clase política’ que no lo deja trabajar, ¿dónde estaría la gracia de que luego le observase al visitante del Vaticano que “lo único malo que tenemos aquí son los políticos”?

La frase, pues, no busca mover a risa… Ni debería hacerlo, porque revela que el mandatario no comprende varias cosas. En primer lugar, ni la gravedad de las implicancias de sus vínculos con Odebrecht mientras era ministro del gobierno de Alejandro Toledo, ni lo que invita a pensar el hecho de que mintiese reiteradamente al respecto.

En segundo término, que al denigrar de ‘los políticos’ está saboteando los débiles esfuerzos de ‘reconciliación’ iniciados por su gobierno tras la concesión del indulto al ex presidente Alberto Fujimori. Las respuestas del titular del Legislativo, Luis Galarreta, y del vocero de la bancada aprista, Jorge del Castillo, sobre el particular son muestras elocuentes de cómo puede haber caído la sentencia en la oposición.

En tercer lugar, si los políticos son “lo único malo” que tenemos en el país, ¿dónde quedan los violadores, los ‘marcas’, los corruptos que medran del Estado y el largo etcétera que podríamos anexar a esa lista? ¿Se trata acaso de infractores menores en comparación con aquellos que, con excesos o no, contrapesan su administración del poder, según mandato de la Constitución?

El único elemento irónico que se puede distinguir en el comentario presidencial, en realidad, es involuntario. Y consiste en que el propio jefe del Estado cae dentro de la categoría que fustiga, pues aun los que se mueven con escasa pericia en el terreno de la política son políticos.

En vez de demonizarlos e identificarlos equivocadamente como el origen de sus males, entonces, quizás el mandatario debería de indicarles, con el ejemplo y por contraste, qué entiende él por un ejercicio virtuoso de la política. Y empezar cuidando lo que dice en sus conversaciones con otros jefes de Estado sería un buen principio.