Face App, una aplicación móvil de edición de rostros, tiene todos los componentes necesarios para un escándalo de privacidad viral: un concepto atractivo, usuarios famosos, una compañía misteriosa y una estampida de interés público.
Aquí está el resumen de los 15 minutos de fama de Face App: una aplicación viral nos permite ver qué aspecto tendríamos a los 75 años de edad, cargados de arrugas. Los usuarios hacen clic en “sí” en los términos del servicio, sin mirar, y comienzan a tomar fotos y subirlas.
Inevitablemente, justo cuando la aplicación alcanza la saturación cultural (¡hasta el basquetbolista LeBron James la está utilizando!), los defensores de la privacidad, las reprimendas y hasta los teóricos de la conspiración salen a hacer el papel de aguafiestas.
¿Leíste la política de privacidad? ¿Sabes lo que estás regalando? ¿Cuánto conoces sobre esta compañía? ¿Sabías que tiene su sede en Rusia?
Así, la emoción se convierte rápidamente en vergüenza y, luego, en indignación: ¡Hemos sido engañados! Se desata una reacción exagerada. El Comité Nacional Demócrata envía una advertencia de pánico a sus empleados y realiza campañas para eliminar el aplicativo.
Entonces, ocurre un contragolpe a esta indignación. ¿Es realmente Face App peor que Facebook o que cualquier otra empresa de tecnología estadounidense? ¿Acaso el gobierno de Estados Unidos no cuenta con un aparato de vigilancia digital masivo? ¿Toda esta controversia no es más que una paranoia?
La verdad está en algún lugar intermedio. La controversia por Face App parece en gran medida exagerada. No, probablemente no sea una operación de inteligencia rusa destinada a robarte la cara para entrenar redes neuronales ocultas con la finalidad de construir videos elegantes que intenten destruir la democracia. El CEO de Face App ya declaró que los servidores de la compañía no están localizados en Rusia y que los datos de los usuarios no se envían hacia allá. Se supone que no está ejecutando nuestras fotos dentro de bases de datos de reconocimiento facial. Según su CEO, Face App tampoco “vende o comparte datos de sus usuarios con terceros”.
Sin embargo, la política de privacidad de Face App es, como muchos señalaron, bastante horrible. Solicita “licencias irrevocables, no exclusivas, sin regalías, en todo el mundo, totalmente pagadas y sujetas a licencias transferibles” para las fotos de nuestros rostros. A pesar de no “vender o compartir” los datos de los usuarios con terceros, un columnista de “The Washington Post” encontró, integrados en la aplicación, rastreadores de terceros para Facebook y AdMob. La aplicación tampoco dejó en claro a sus usuarios que sus imágenes se estaban procesando en la nube, y no localmente.
De más está remarcar que los datos que enviamos a una empresa que alguna vez tuvo problemas por crear un filtro de fotos que algunos usuarios denominaron como racistas son altamente personales. Eliminar la aplicación no garantiza que las fotos se eliminen de la nube. Y cuando el CEO de Face App señala que la compañía elimina “la mayoría” de las fotos de sus servidores en 48 horas, solo tenemos su palabra para seguir adelante.
Profesionales de la privacidad y periodistas han señalado acertadamente que el verdadero escándalo no es que Face App sea un caso atípico, sino que, en realidad, se aproxima al estándar de la industria. La gran mayoría de las aplicaciones que descargamos tienen políticas de privacidad recargadas y difíciles de leer. Están escritas por equipos de abogados altamente remunerados que buscan otorgar la mayor cantidad de permisos posibles a las empresas a expensas de los usuarios. Una vez instaladas, las aplicaciones envían silenciosamente datos confidenciales del usuario (como ubicación, fotos, registros del micrófono e información del giroscopio) a redes publicitarias, agencias de datos y otras compañías de tecnología masiva.
No solo los usuarios no lo saben, sino que casi no hay una buena manera de monitorear todo esto ni de saber en dónde termina esa información. Y no ocurre solo con las aplicaciones. Nuestras plataformas tecnológicas más grandes y sus herramientas se basan en los datos personales que desechamos.
Ya sea que se trate de infinidad de brechas masivas de datos o de escándalos enfocados políticamente (como el de Cambridge Analytica), estamos empezando a entender a las compañías de tecnología menos como fabricantes de artilugios y magos, y más como monolitos poderosos que nos han despojado de la agencia y el control. Se está llevando a cabo un amplio reconocimiento de la privacidad, aunque todavía estemos en los primeros días.
Pero estos cálculos no solo suceden. Requieren también de una chispa. Cambridge Analytica, que conectó notablemente al estratega político Steve Bannon, la familia Mercer, Facebook, el perfil psicográfico y la campaña de Donald Trump en el 2016, fue una chispa . Hasta la fecha, aun no está claro exactamente qué papel desempeñó el perfil psicográfico o Cambridge Analytica en las elecciones estadounidenses del 2016 (si es que desempeñó alguno). Y si, como ha ocurrido con el escándalo de Face App, partes de la indignación pueden haber sido mal dirigidas, exageradas o informadas de forma incompleta.
Lo más importante del escándalo desatado por Cambridge Analytica no fue simplemente la indignación que motivó entre los profesionales del tema, sino que constituyó un verdadero momento cultural que nos obligó a reconsiderar colectivamente las posibles implicancias de las tecnologías que hemos construido. A pesar de que no deberíamos equiparar el escándalo de Face App de esta semana con el de Cambridge Analytica en términos de importancia o de escala, el auge y las consecuencias virales de Face App constituyen también un momento cultural general para que las personas piensen críticamente sobre sus aplicaciones, los términos de los servicios que aceptan y su privacidad.
Sí, es cierto que el escándalo por el uso del Face App ha desatado un pánico y un señalamiento innecesarios, porque nos preocupa nuestra privacidad digital, aunque aún no la entendamos del todo. Esto último es lo que hace que la última semana sea potencialmente alentadora en el largo plazo. La privacidad es compleja y, a menudo, aburrida y difícil de conseguir, incluso para los usuarios de Internet preocupados en prestar atención. Esta semana, sin embargo, estamos prestando atención. Estamos poniendo pausa, aunque solo sea por un momento, para pensar en las compañías detrás de las aplicaciones que descargamos. Otro paso hacia un ajuste de cuentas muy necesario.
–Traducido y editado–
© The New York Times