Martín  Tanaka

La semana pasada inicié una discusión sobre la crisis del centro político en el país.

Si analizamos el nuevo siglo, veremos que el tuvo cierto protagonismo. Es más, hasta podría decirse que tendencias de competencia centrípetas se imponían sobre las centrífugas. La comparación y diferencia con la dinámica reciente resulta bastante elocuente. Pero este centrismo nunca tuvo un proyecto sólido y fue más un resultado accidental antes que la culminación de un proceso de maduración. Para empezar, la caída del fujimorismo respondió más a sus contradicciones internas que a la consolidación de la oposición a este, lo que ayuda a entender la fragilidad que acompañó a la gestión de Alejandro Toledo, además de los límites del liderazgo de este.

Más adelante puede decirse que la convergencia hacia el centro durante los de Alan García y Ollanta Humala fue más una consecuencia de la percepción de su propia debilidad y del cuidado para evitar una crisis de gobernabilidad en un eventual enfrentamiento con el ‘establishment’ económico antes que fruto de la convicción. Esta carencia explica también la relativa medianía de ambos gobiernos, en los que algunas iniciativas reformistas pudieron prosperar por ubicarse “debajo del radar” gubernamental antes que por su impulso.

En el 2016, año en el que percibimos que la dinámica empezó a cambiar, Pedro Pablo Kuczynski percibió que para ganar las elecciones debía girar hacia el centro y acercarse al antifujimorismo. Pero el logro de la mayoría absoluta de Fuerza Popular lo obligó también a acercarse al Congreso. Nunca logró resolver ese dilema y con el indulto a Alberto Fujimori se enemistó tanto con Fuerza Popular como con el antifujimorismo, atizando la conflictividad y, al mismo tiempo, quedándose crecientemente aislado, lo que propició su caída. Más adelante, Martín Vizcarra entendió, en medio de los escándalos de corrupción de Lava Jato, Los Cuellos Blancos del Puerto y otros, que levantando banderas de reforma institucional podía contrapesar, movilizando a la opinión pública, su debilidad por carecer de partido y de apoyo congresal. Llevó la presión sobre el Congreso hasta el límite, hasta la disolución de setiembre del 2019. En enero del 2020, después de la elección del nuevo Congreso, la apuesta parecía haber dado resultados, dada la conformación de una aparente mayoría de centro, siendo las bancadas más grandes las de Acción Popular y Alianza para el Progreso, y pasando Fuerza Popular de 73 a 49 representantes.

Pero, nuevamente, el Congreso empezó a mostrar la dinámica que se vería en el Parlamento del 2021: una marcada por la imprevisibilidad, la ausencia de liderazgos parlamentarios claros que permitieran cierto ordenamiento y la proliferación de intereses particularistas. Vizcarra, teniendo mejores posibilidades para lograr un entendimiento con el nuevo Congreso, terminó también enredándose, como Kuczynski, por no saber responder adecuadamente a las acusaciones en su contra ni a la creciente animosidad parlamentaria, y terminó siendo vacado, a pesar sus altos niveles de aprobación.

A pesar de esto, el centro tuvo una nueva oportunidad con la caída de Manuel Merino y el gobierno de transición de Francisco Sagasti, pero las elecciones coincidieron con el escándalo del ‘Vacunagate’ y la segunda ola de contagios, lo que debilitó a las opciones más moderadas. En todo caso, no hubo cómo levantar una opción atractiva frente a discursos más antisistema, de izquierda y derecha, como los que terminaron imponiéndose.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Martín Tanaka es profesor principal en la PUCP e investigador en el IEP

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