Estos son días de incertidumbre. Que hayamos cambiado de ministro de Economía y Finanzas (en medio de crecimientos mensuales cada vez más emocionantes y de un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos creciente y difícil de financiar) ha envalentonado a los detractores del modelo económico. Nos dicen que este era muy dependiente de lo externo. Que ya fracasó (porque los precios habrían caído) y que, por lo tanto, urge “hacer algo”.
Debemos aclarar qué significa ‘modelo’ y ‘hacer algo’. Algunas explicaciones se envuelven como análisis supuestamente técnicos. Otras son presentadas con una perspectiva empática. Que no habría nada peor que no hacer nada. Aquí caen desde el “hagamos esto..., a ver si funciona” hasta versiones más oscuras (regálame algo, bájame impuestos o dame algún subsidio) para ver si, al menos a mí, no me va mal.
Dado lo anterior, ¿qué les parece si vamos al punto?
Se repite que el modelo peruano dibujaría una receta liberal (con dinero estable, mercados competitivos, respeto a la propiedad privada y amplia apertura económica). Pero también se repiten muchas otras cosas. Como que el modelo se enriquecería con políticas públicas (más impuestos, regulaciones y presupuestos redistributivos). Algo cada vez más cercano al socialismo que al libre mercado.
Hoy el llamado modelo peruano es mezcla de algo de estabilidad monetaria (aunque con múltiples controles), y un moderado énfasis en la apertura y el mercado. Todo esto acompañado de una intervención estatal desproporcionada, generalizada y carente de brújula. No nos engañemos: de la década de 1990 ya queda poco. Las inconsistencias de este viraje no se han hecho esperar: con exportaciones en caída, inversiones privadas trabadas, y enfriamiento general y sostenido.
Sobre este punto, ¿qué hacer? ¿Hacia dónde nos llevaría abandonar el modelo (al estilo argentino, venezolano o chileno) o tratar de rejuvenecerlo (aunque sea al parsimonioso ritmo colombiano)? Las tres primeras naciones sudamericanas grafican el repudio al modelo. Allí el estatismo y el mercantilismo vuelven a prevalecer. Venezuela y Argentina dibujan plazas en flagrante declive, mientras Chile recién coquetea con este. Por el otro lado, Colombia apuesta comedidamente a seguir creciendo, abriéndose más y consolidando instituciones capitalistas. Una muestra es su ingreso al exclusivo club de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
En este dilema debemos reconocer que ni siquiera hemos recuperado los estándares de desarrollo relativo de la década de 1960. Nuestro país debe reconectar y repotenciar lo que le funcionó (institucionalidad de mercado y apertura). Hoy lo turbador transciende si la administración humalista comprende dónde está parada. Inquietémonos por el proceso de las elecciones del 2016. A la fecha ninguno de los liderazgos conocidos parece comprender qué está en juego. No son pocos los que optarían por la demagogia con tal de alcanzar el poder.
Frente a esto, entendámoslo bien: solo las controversias públicas –no los consensos– exponen las ideas disparatadas al más merecido ridículo.