En medio de un caldeado entorno que parecía que iba a prolongarse, el presidente Pedro Castillo dio un precipitado y atinado giro de timón con el nombramiento de la abogada Mirtha Vásquez al frente de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM). El hecho es, sin dudas, positivo, porque despeja la toxicidad que había traído Guido Bellido a la PCM. Sin embargo, convive con nubarrones que deberían despejarse si se quiere con mayor certeza un cambio de rumbo.
En efecto, la corrección y los modos de Vásquez difieren marcadamente del estilo impertinente de su predecesor y de la vacuidad de su mensaje radical. Si agregamos a esto su pasado como activista por los Derechos Humanos y su militancia en las causas que implican el empoderamiento político de la mujer, el contraste con el filosenderismo y la misoginia que imperó antes en el Gabinete es incluso mayor.
Pero aun sin esta comparación, el peso y la experiencia de Vásquez pueden ser un aporte positivo para cualquier Gabinete, sobre todo en un gobierno de izquierda como el de Castillo. Su origen regional y una trayectoria lejos de los escándalos, además, convierten a Vásquez en un elemento de refresco para un Gobierno que lucía desgastado y que se había dejado arrastrar por la intransigencia en las últimas semanas.
Sin embargo, Vásquez tendrá que lidiar con un Gabinete que –con la excepción de Gisela Ortiz en Cultura– parece serle completamente ajeno. Entre los jugadores de peso heredados (Dina Boluarte, Pedro Francke y Aníbal Torres) y las incómodas cuotas que ha estado dispuesta a tolerar, la nueva encargada de la PCM tendrá que hilar fino para despejar la imagen de desorden que ha caracterizado al régimen desde que se instaló. En el pasado, sobre todo en su breve gestión al frente del Parlamento, la hoy cabeza del Gabinete ya ha demostrado que no rehúye a las responsabilidades complejas; un antecedente que debe considerarse para proyectar desenlaces.
Con todas esas potencialidades, no obstante, desconciertan algunos nombres que llegaron al Gabinete liderado por Vásquez. El nombramiento en el Ministerio del Interior de Luis Barranzuela, un sector clave para cualquier administración, va a resultar muy problemático. Barranzuela, que se reclama reclamón, genera justificadas dudas no solo por sus antecedentes como efectivo policial, sino también por haber sido abogado defensor de causas controversiales. Ya en el cargo, ha generado una crisis en torno de Devida, la agencia gubernamental que depende de la PCM, que abre espacio a acciones por parte de la oposición.
De hecho, Barranzuela ya ha generado la primera citación por parte de la Comisión de Defensa del Congreso para el próximo lunes 18, sin que se haya cumplido una semana de su designación o –siquiera– se haya programado la presentación del Gabinete Vásquez en el Parlamento. Muy probablemente esta no será la única acción de control político que Barranzuela enfrente.
Otro flanco para el actual Gabinete es Carlos Gallardo al frente del Ministerio de Educación, sobre todo por las posiciones que ha mostrado en el pasado en lo referido a la reforma magisterial y, más cuestionable aun, por sus lazos con el Fenate; el rostro actual de quienes encabezaron la larga huelga profesores del 2017.
Con todos los contratiempos, los primeros pasos de Vásquez –incluyendo sus declaraciones prudentes sobre temas complejos (como la asamblea constituyente) y sus gestos de enmienda (como garantizar la pluralidad en los medios estatales)– han ido en la dirección correcta. Habrá que esperar a ver si los brotes verdes que trajo su nombramiento –sobre todo para la gobernabilidad y la integridad– son honrados en el breve plazo o si, por el contrario, terminan siendo arrasados por potenciales aludes fuera de su control.
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