BCR inyecta S/.300 millones para financiar créditos en soles
BCR inyecta S/.300 millones para financiar créditos en soles
Carlos Adrianzén

Las discusiones sobre la marcha de la han emprendido una búsqueda desesperada por explicaciones. Hasta hace poco existía un consenso autocomplaciente generalmente aceptado. Se repetía que la economía peruana transitaba inmersa en una suerte de piloto automático. 

Que la inflación estaba controlada por debajo del límite máximo de la meta (3% anual), que el crecimiento económico bordearía seguramente el 7% anual, que la inversión privada en este sector sería muy dinámica y hasta debía ser priorizada y pasar por el oscuro tamiz de la consulta previa y una regulación con un tufillo ideológico difícil de esconder. 

Que, en fin, la convergencia de las regiones hacia los niveles de vida limeños resultaría un corolario inevitable de la reducción de pobreza supuestamente explicada por la inversión estatal en provincias pero factualmente explicada por el crecimiento económico. En este consenso autocomplaciente, las dudas eran heréticas, y el fortalecimiento del sol en relación con el dólar, una suerte de realidad inevitable. Esto a pesar de que para cualquier observador desaprensivo los patrones de intervención afectaban visiblemente las tendencias del mercado. El secreto mejor guardado del país era que teníamos un dólar controlado, y el consejo más popular era que se debería ahorrar en soles.

Ya desde el segundo semestre del 2013 las cosas pasaron de castaño a oscuro. Crecemos, pero cada vez menos (en enero el crecimiento anualizado ya se ubica por debajo del 5%). En promedio, las regiones no convergen a los niveles de vida limeños. La inflación anual ya amenaza con quebrar el límite superior de la meta (dada la enervación de la inflación local del componente importado). Esto pese a que la masiva quema de reservas internacionales (reflejada en una caída de US$7.555 millones en los últimos 12 meses) para controlar –perdón, reducir la volatilidad de– el tipo de cambio en el mercado local.

Además del enfriamiento, se acabó el superávit comercial que nos caracterizó por una década, se abrió la brecha en la cuenta corriente externa (cerrando un hueco de 5% del PBI el año pasado). Aunque dicho déficit se cubrió holgadamente con el influjo de inversiones mineras pactadas por la administración anterior, el ritmo de nuevos cierres de proyectos y de nueva inversión en exploración en lo que va del presente gobierno comienza a configurar un claro plano de preocupación.

Todo indica que la creencia de una economía global recuperada fue solo una creencia. Como lo fueron también las creencias del ilimitado rol reactivador de las políticas fiscales contracíclicas (incapaces de compensar la caída de las exportaciones) o las folclóricas creencias provenientes del y el y sus explicaciones de una inflación vegetal (causada por los precios de las verduras). Este cúmulo de explicaciones progresistas nos ha pasado la factura. Ya no crecemos como antes, y a los agoreros de la recuperación pasiva cada día les va peor. Es momento de actuar.

Urge dejar flotar el dólar. Libremente. Cerrarnos en la defensa estricta de la meta inflacionaria. Desde el aparato burocrático, gastar en forma austera pero mucho más eficiente. Y, por favor, dejar de aumentarse selectivamente los salarios, de tumbar antenas de telefonía, de inventar barreras, de querer regularlo todo (desde los puertos hasta las universidades) y de creer que todo volverá a ser fácil como en el 2010.