"¿Todo va a estar bien?", por Carlos Adrianzén
"¿Todo va a estar bien?", por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Cuando en materia económica algunas cosas comienzan a complicarse, discreta aunque rápidamente emergen dos opinantes. 

Tenemos a los pesimistas, quienes usualmente ven el vaso no solo medio vacío, sino cada vez más vacío. No es raro que descubran que los impactos negativos son eminentes. Cuando hacen esto olvidan que los economistas no podemos predecir crisis de corto plazo.

Además, claro, tenemos a los optimistas, quienes ven el vaso medio lleno. Ellos nos sugieren que deberíamos alegrarnos y tal vez hasta asegurarnos de que todo siga como está. Entre los optimistas están los que de verdad visualizan el vaso llenándose sin importar los datos. Pero están también los otros, quienes hacen negocio vendiendo ilusiones y haciéndonos creer que el vaso está llenándose (burócratas nerviosos, candidatos a algún puesto estatal en el gobierno de turno en plena campaña). Finalmente, está esa minoría que cree que el vaso se llena solo deseándolo. Aquí caen los académicos poskeynesianos de un solo artículo o panfleto. 

Frente a estos puntos de vista, el panorama económico actual no ayuda. La economía peruana de inicios del 2014 registra una ‘performance’ macroeconómica compleja, con ciertas tendencias negativas. 

El año pasado nuestro crecimiento cerró casi 5%; la tasa de inflación acabó el año ligeramente por debajo de la meta inflacionaria fijada por el Banco Central de Reserva; la inversión privada se frenó en seco (su tasa de crecimiento cerró muy cerca del 0% y terminó con un ciclo expansivo de tres años); el superávit comercial (que se acercó a los US$10.000 a mediados del 2011) se hizo significativamente deficitario al cierre del año pasado; el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos alcanzó el inquietante 5,4% del PBI. 

Hay que agregar a ello el fin del ahorro fiscal. De hecho, el superávit del sector público no financiero peruano (que en algún momento fue positivo en más de 3% del PBI) habría cerrado el año pasado con alrededor un punto del PBI. Esto ha tenido como contrapartida tanto una pachanga de gasto fiscal (con un ritmo de crecimiento superior al 20% anual en gasto burocrático y en gasto de inversión) como un más que diligente incremento de la presión tributaria sobre los sectores formales no mineros y un aumento de la base monetaria fuera de Lima. 

Todo indica que apostamos hoy a que todo esté bien afuera. Que Estados Unidos siga recuperándose y que China y Europa no se caigan. Si eso pasa –y algunos planes de gobierno no siguen complicando inversiones–, nos repiten los optimistas, todo estará bien. El problema es uno de probabilidades. De verosimilitud y –en el fondo– de liderazgo.

En la historia abundan ejemplos donde el optimismo infundado resultó peor que el antipático pesimismo. Si queremos que la suerte nos sonría, recordemos que el optimismo no basta. Los cementerios están llenos de generales y trompeteros que no hicieron su trabajo. 

Para crecer más, debemos entender que no hay alternativa al buen juicio económico. Y este, a pesar de lo que dicen algunos interesados, nos ha resultado bastante escaso en los últimos años. Hay que darle fundamento al optimismo con reformas de mercado. Y dejar de rogar porque desde afuera todo vaya bien.