A la caza de los otorongos, por Franco Giuffra
A la caza de los otorongos, por Franco Giuffra
Franco Giuffra

Octubre es decisivo. Es el único mes que nos queda para forzar una reforma sustantiva de las reglas que regirán la elección de congresistas en los . Si los dejamos sueltos, nos tendremos que bancar cinco años más de exquisita mediocridad.

Sobre la mesa están las propuestas de la , del JNE y del Reniec, así como las 32 iniciativas que ha consensuado entre sus miembros la asociación civil Transparencia. Además, claro, de los enfados y reclamos de la ciudadanía, harta de las jugarretas y sinvergüencerías de una clase política interesada únicamente en servirse del sistema para su propio beneficio.

Si no exigimos cambios de fondo, la que los propios congresistas están a punto de discutir dejará invariable el esquema de subasta de escaños, fondos sin sustento, candidatos con prontuario y alianzas políticas puramente oportunistas.

Eso no es lo que el país pide y necesita. Lo dicen los ínfimos niveles de aprobación y confianza que hoy detentan los padres de la patria, insensibles como son al clamor popular y a la necesidad de fortalecer nuestra democracia de ornamento.

Pero ellos no quieren elecciones internas supervisadas. Prefieren mantener un sistema que reparte los puestos en las listas a punta de amiguismo y billete. No quieren eliminar el voto preferencial, para que cada uno se compre su curul con la plata que quiera, sin importar sus principios, capacidad profesional, compromiso con el (inexistente) ideario de cada partido. Todo sustentado artificialmente con el voto obligatorio, que les permite refrendar a la fuerza sus artimañas.

Tampoco quieren rendir cuentas. Les gusta la mazamorra actual, en la que nadie es responsable de nada. Reciben aportes de toda proveniencia y disponen de ellos a su antojo. No entregan reportes confiables, no tienen sanciones por omisiones o descuadres, nadie da la cara. No hay un responsable acreditado ni auditorías ni multas efectivas. Entre ellos se echan el pato diciendo que fulano o mengano manejó la plata.

No quieren sacudirse de los delincuentes. Prefieren dejar abierta la puerta para que entre cualquiera que haya sido condenado por la justicia, con tal de que ponga sus chivilines.

Lo que menos desean son filtros de entrada más estrictos. Quieren asegurarse de que el circo de partidos, movimientos y alianzas se mantenga sin variantes. Que se formen coaliciones y combis de intereses encontrados, sin ninguna adhesión programática, con tal de superar la valla electoral. Que reviente luego la cosa en el nuevo Congreso, con representantes que saltan de bancada en bancada según les apetezca. Con grupetes de personajes que luego se desplazan según su conveniencia.

Nada de lo cual va en la dirección de fortalecer la institucionalidad de la representación nacional, sino todo lo contrario. Perpetúa el esquema de partidos de barro, sin ideas ni programas, armados a la volada. Y mantiene todos los incentivos para que cualquier aventurero con plata se meta al Congreso para figurar, para engordar sus intereses, para que le manejen su carro con circulina.

Ese es finalmente el cogollo del asunto. Los otorongos no tienen ninguna voluntad de construir una democracia más representativa, un país más gobernable, una capa institucional más sólida. Ellos y sus amados líderes de toda la vida, ninguno de los cuales ha salido a decir nada en favor de una reforma electoral sustantiva.

Estamos avisados. Nos quedan menos de 30 días. El siguiente tren no sale hasta el 2020, por lo menos.