Ian Vásquez

Esta semana se reúnen líderes mundiales en las para su asamblea general. Habrá una cumbre sobre el sostenible que será el “eje central” de las reuniones, según la ONU.

Los reunidos evaluarán qué tanto progreso ha habido en acercarse a los Objetivos de Desarrollo Sostenible que la ONU estableció en el 2015 y que se deben cumplir para el 2030. Los 17 objetivos son loables en su mayoría –cero pobreza, igualdad de género, salud y bienestar para todos, paz y justicia, etc.– e incluyen 169 metas específicas.

En su momento, la iniciativa fue justamente criticada por carecer de rigor. Con tantas metas, no se identificaron prioridades. Por ser generales o idealistas, muchas metas serían difíciles de medir y, por lo tanto, dificultan la rendición de cuentas. Por ejemplo, una de ellas es “garantizar que las personas de todo el mundo dispongan de la información y la concientización necesarias para lograr un desarrollo sostenible y estilos de vida en armonía con la naturaleza”.

Aun así, la ONU ha podido declarar que solo un 12% de las metas están bien encaminadas, mientras que no ha habido suficiente progreso en el 50% de las metas. Según el secretario general de las Naciones Unidas, la globalización ha sido deficiente: “Necesitamos un sistema financiero que garantice que los beneficios de la globalización lleguen a todos”.

Sin embargo, un problema grave con la perspectiva que promueve las Naciones Unidas es que presume que los planes estratégicos impuestos desde arriba hacia abajo son los que causan el desarrollo. La realidad es que son los factores locales –las políticas, instituciones y valores– los que determinan el progreso de los países y no factores externos como el clima o la ayuda externa.

Otro problema es que la visión de la ONU es demasiado pesimista. La evidencia muestra que ha sido precisamente la apertura la que ha hecho más que cualquier otro modelo para promover el desarrollo humano. A pesar de las crisis que ha vivido el mundo, las últimas décadas de globalización han sido las mejores en la historia de la humanidad y han beneficiado al mundo en desarrollo de sobremanera.

Veamos los hechos. Prácticamente todos los indicadores de bienestar han mejorado, especialmente en los países pobres, de tal manera que las brechas entre los ricos y los pobres a nivel mundial se están achicando como nunca antes en la historia. Es así, respecto del ingreso por persona, como lo es en el caso de la expectativa de vida, nutrición, educación, acceso a Internet y un sinnúmero de indicadores.

Desde el 2000, la pobreza extrema ha caído del 29,1% al 8,4%. En las últimas dos décadas, 138.000 personas por día han superado la pobreza. Es verdad que la pandemia ha significado un retroceso en ese y otros indicadores. Pero, aun así, observa el analista sueco Johan Norberg, si se toman en cuenta indicadores de pobreza, salud e ingreso, el mundo ha retrocedido tan solo dos o tres años por culpa de la pandemia. Y una vez que se empezó a abrir el mundo en el 2021, el progreso en esas áreas empezó de nuevo.

El progreso no se ha debido a una estrategia o plan global, sino a que los países empezaron a abrirse y beneficiarse de los bienes, las ideas, la inversión, la tecnología y la labor del resto del mundo. La globalización ha mejorado incluso el medio ambiente, pues en la medida en que los países se vuelven más ricos empiezan a mejorar sus ecologías. La pobreza sigue siendo el peor enemigo del medio ambiente.

No es que no haya problemas que requieren de alguna coordinación política internacional. Pero son limitados y no justifican caer en la falacia de que la ONU juega o alguna vez jugó un papel central en el progreso humano.

Ian Vásquez Instituto Cato