Los golpes, cuando son muy duros y no se procesan correctamente, pueden tener consecuencias que no se miden en años, sino en décadas. Esto es verdad para cualquiera que enfrenta un accidente grave o una tragedia personal, y también es cierto para los países.
Junto con las guerras, las epidemias mortales son quizá el golpe más fuerte que puede recibir cualquier nación. Los cimientos básicos de la democracia y de la economía se ponen a prueba. Como recordó hace algunas semanas Gary Bass, de “The New Yorker”, hacia el año 430 A.C. la ciudad-estado de Atenas fue arrasada por una plaga cuya naturaleza aún se desconoce (se habla de fiebre tifoidea, viruela, ántrax, o quizá alguna enfermedad respiratoria). Tucídides, el emblemático historiador ateniense, describe con horror las muertes de hasta un tercio de sus habitantes en una ciudad abarrotada como consecuencia de las migraciones de personas en búsqueda de refugio durante la guerra contra Esparta.
Pericles, el líder que encarnaba muchos de los ideales democráticos y republicanos de Atenas, sucumbió también a la plaga. La suya era una democracia distinta de las modernas –con afanes imperialistas, esclavitud y exclusión de las mujeres–, pero fue mejor que lo que siguió. A su muerte, con el caos de la epidemia, la ciudad-estado se hundió en el populismo y la demagogia de los líderes que siguieron. Cleon, el sucesor de Pericles, es descrito como alguien que cosechó popularidad con una oratoria agresiva, xenófoba, antiintelectual, y antiaristocrática. Para Tucídides, esto habría marcado el comienzo del fin de la gloria de Atenas y su democracia. Los paralelos con la realidad actual no son pura coincidencia.
Los largos efectos de las pestes pueden ser también económicos. Entre 1629 y 1631 el norte y el centro de Italia fueron asolados por una epidemia que se cobró posiblemente un millón de vidas, o 25% de la población. En un trabajo del 2016 de la Universidad de Bocconi, los investigadores encuentran que las ciudades afectadas, incluso grandes centros económicos como Venecia y Milán, sufrieron un efecto permanente en su capacidad de crecimiento económico. Al no ser capaz de reconvertirse, el ‘shock’ de productividad habría puesto en desventaja a la economía italiana en comparación con sus pares europeos hasta el día de hoy.
Para ser claros: no todas las epidemias tienen consecuencias de largo plazo necesariamente negativas en política y economía. Una de las más conocidas y devastadoras, la peste negra en Europa, trajo en las décadas siguientes nuevos arreglos políticos en mejora del sistema feudal, mejores empleos, y el marco en el que se desarrollaría el Renacimiento. En muchas zonas, la plaga tuvo como consecuencia el fin del sistema de servidumbre propio de la Edad Media.
Estas epidemias históricas, por supuesto, cobraron una proporción de vidas mucho mayor de las que se esperan en el mundo y en el Perú como consecuencia del COVID-19. Aún así, las lecciones para la democracia y la economía no son menores. Las decisiones que se tomen hoy podrían marcar no solo el rumbo del país en los siguientes años, sino incluso décadas por venir. La pandemia que tenemos entre manos puede ser el tiro de gracia para el sistema político y económico nacional, o puede ser una oportunidad para finalmente empezar a trabajar sobre todos aquellos pendientes que tenemos hace décadas como país. La historia confirma que este puede ser nuestro gran momento de inflexión. Depende de nosotros hacia dónde.