Ian Vásquez

Una vez más, ha demostrado ser, en las palabras de Winston Churchill, “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”.

Ni los expertos más astutos entienden bien qué pasó ni cómo interpretar los sucesos de este fin de semana: una rebelión armada de un ejército mercenario ruso que tomó una base militar, vio poca resistencia de las fuerzas armadas rusas en su marcha hacia Moscú y llegó a 200 kilómetros de la capital. El alzamiento fue suspendido luego de negociaciones que acordaron la amnistía para los rebeldes y el exilio para su líder.

Sabemos que Yevgeny Prigozhin, cabeza del grupo mercenario que había estado luchando en al lado del ejército ruso, resentía la ineptitud y, según él, la duplicidad de las fuerzas armadas rusas, a las que acusaba de socavar a los mercenarios y hasta de atacarlos. La rebelión fue en contra del mando militar, algo que el presidente Vladimir Putin tildó de traición a la patria.

¿Por qué, entonces, pensar que Putin respetará una amnistía o que Prigozhin esperaría tal respeto? ¿Qué fue lo que el líder mercenario realmente esperaba lograr? ¿Cuánta lealtad retendrá Prigozhin de sus tropas y cómo influirá el conflicto con el ejercito ruso? Y ahora que evidentemente los sucesos han debilitado a Putin, ¿cómo afectarán la guerra en Ucrania?

No se puede contestar esas preguntas con certeza –por lo menos es muy temprano para hacerlo–, pero eso no evita que se estén emitiendo opiniones o análisis con mucha confianza. Por ejemplo, se dice que Ucrania se ha beneficiado ya que Putin se ha debilitado. Puede ser. Pero también puede ser que un Putin vulnerable desate acciones bélicas más feroces y horríficas contra la población ucraniana. Hasta podría surgir un Putin más poderoso tras tomar represalias y depuraciones, cosa que suele ocurrir en las dictaduras.

Otros dicen, con alivio e igual confianza, que es el principio del fin de Putin. ¿Pero quién dice que quien suceda a Putin no será peor? No son ángeles quienes rodean al dictador, y pueden estar oliendo sangre.

La rebelión ha servido para justificar distintos análisis y propuestas de política exterior. Para quienes consideran que la amenaza rusa a la seguridad mundial es exagerada, la patética guerra en Ucrania y la falta de control de Putin sobre las tropas rusas confirman su punto de vista.

En un momento, Prigozhin declaró que todo el esfuerzo bélico en Ucrania ha sido un emprendimiento corrupto para enriquecer a los líderes militares. Agregó que nunca hubo una amenaza a la seguridad de Rusia. Poniendo de lado el enriquecimiento del líder mercenario de semejante manera durante años, los partidarios de la OTAN han interpretado su aseveración de manera interesada. Según ellos, el hecho de que se propuso incorporar a Ucrania en la alianza militar, y de tal manera colocar las fuerzas armadas de Occidente en la frontera con Rusia, nunca jugó un papel en la decisión rusa de desatar la guerra. La invasión fue una agresión no provocada.

Pero no hay por qué pensar que la invasión rusa se pueda explicar exclusivamente según un solo factor, ya sea por la amenaza occidental de extender una alianza militar, o por la ideología etnonacionalista y expansionista de Putin, como sostienen los partidarios de cada bando. Es probable que ambas causas hayan sido importantes.

Toda política genera análisis encontrados. Lo que caracteriza la política rusa, sin embargo, es un altísimo nivel de incertidumbre, porque está basada en un régimen personalista con una falta absoluta de transparencia y que, además, se encuentra en plena niebla de guerra.

Por eso hay que ser más prudentes a la hora de analizar a Rusia y recordar que lo que Churchill también decía de Rusia probablemente sigue siendo cierto: que nunca es tan fuerte ni tan débil como parece.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Ian Vásquez Instituto Cato

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