Ciertos economistas de prestigio regional nos cuentan algo obvio: el desarrollo de una nación no se debe solo a la escala del gasto en educación.
En Cuba o Venezuela usted puede ser Steve Jobs o Stephen Hawking, pero se morirá de hambre. Nadie serio sostiene que el desarrollo económico se explica solo por la escala del gasto en educación.
Pero notemos un detalle crítico: en naciones donde la educación es masivamente ofertada por la burocracia, como en Venezuela o el Perú, con escuelas y universidades estatales mayoritariamente ineficientes y corruptas, no tiene por qué existir mayor conexión entre el gasto asignado a la educación estatal y su producto por habitante. Gastar más en una oferta educativa estatal deficiente no nos asegura acumular capital humano. Solo habrá muchos titulados muy frustrados.
En nuestro caso, esta realidad se refleja en las pruebas de dominio matemático escolar o nuestra ausencia en los ránkings académicos más reputados. Además, gastamos cantidades ínfimas. Según el Banco Mundial, el Perú y Suiza, por ejemplo, gastan en educación como porcentaje del PBI ratios relativamente cercanos (5,0% versus 3,3% en el 2013), pero la diferencia entre sus escalas de gastos per cápita resulta desgarradora: un suizo recibe al año US$2.978 del 2005 y un peruano apenas US$134,6. Veintidós veces menos.
Mientras en Suiza el gasto en educación impacta y se conecta directamente con sus patrones de crecimiento, productividad y competitividad, la formación académica de un peruano resulta significativa solo como error estadístico.
El economista estadounidense Lant Pritchett tiene razón rara vez, pero sí que la tiene cuando señala que en países en vías de desarrollo inflar los presupuestos en educación puede reflejarse en mejores ladrones. Y es que los incentivos importan. ¿O cree usted que la astucia de algunos de nuestros candidatos no hubiera podido ser mucho mejor aprovechada por sociedades abiertas con instituciones sólidas?
El reto de cualquier sistema educativo es acumular capital humano, no inflar presupuestos para formación dizque inclusiva. Como toda inversión, la inversión en capital humano busca retorno. La demanda de los graduados se refleja en su empleabilidad y salarios, no en los oscuros y cambiantes objetivos de las políticas públicas de cada régimen.
Ciudadanos graduados de un sistema educativo deplorable e ideologizado creerán ilusamente que son ricos, que nuestro atraso se explica por la injusta distribución de la riqueza o por la corrupción burocrática. Creerán también de modo erróneo que la burocracia los educará bien o los hará competitivos.
Por ello, si aspiramos a gobernarnos bien, requerimos mucho más gente educada. De hecho, los peruanos sí conocemos el tipo de gobernante que elige o tolera una sociedad con una mayoría de ciudadanos deplorablemente educados.