José Carlos Mariátegui. (Foto: Wikicommons)
José Carlos Mariátegui. (Foto: Wikicommons)
Iván Alonso

¿Cómo iba a saber que sería el capitalismo, y no el comunismo, el que salvaría a miles de millones de personas de la pobreza?, se pregunta nuestra revista favorita, “The Economist”, en la pequeña hagiografía que le dedica en su más reciente número. Una pregunta demasiado benevolente con el Amauta, a quien considera un librepensador y un ejemplo a seguir para la izquierda latinoamericana. Mariátegui, en efecto, no tenía cómo saberlo. Pero tampoco tenía buenas razones para creer que el colectivismo agrario, esa “formidable máquina de producción”, fuera una forma de organización económica más eficiente que el latifundio capitalista. La poca evidencia de la que dispone (o la poca que se anima a mostrar) indica, más bien, lo contrario.

Mariátegui llega a esa conclusión sobre una base endeble: la cosecha de un solo producto, el trigo, en un solo año, 1917-18. Su información proviene de Hildebrando Castro Pozo, un sociólogo de la época, miembro fundador del Partido Socialista, que había sido funcionario de la dirección de estadística del Ministerio de Agricultura. Castro Pozo reporta rendimientos de 450 kilos por hectárea en las tierras de propiedad comunal y de 580 kilos por hectárea (un 30% más alto) en las tierras de propiedad individual. Pero no hay ninguna diferencia, dice tendenciosamente –y Mariátegui lo sigue a ojo cerrado–: lo que pasa es que los terratenientes ocupan las mejores tierras. ¡Ah! Y además los comuneros no reportan todas sus cosechas por temor a que se les cobre más impuestos.

¿Qué les hace pensar a estos dos caballeros que los terratenientes sí reportan todas sus cosechas o que no les temen a los recaudadores de impuestos? ¿De dónde sacan que las tierras de los latifundistas son las mejores? No sabemos si Castro Pozo aporta elementos que lo confirmen, pero eso a Mariátegui no parece preocuparle. Son explicaciones demasiado convenientes. Con ellas puede sostener lo insostenible.

No fue, pues, un error nacido de la ingenuidad lo que llevó a Mariátegui a proponer la redistribución de la tierra y la nacionalización de los medios de producción. Fue, en el mejor de los casos, una conclusión precipitada; en el peor, una grosera tergiversación de los hechos. De una u otra manera, su raigambre marxista lo impele, lo fuerza, lo determina a “demostrar” la superioridad material del colectivismo. Se resiste a dudar, aun cuando debería.

Algo de lo que quizás no deberíamos sorprendernos porque a Mariátegui no le interesa tanto interpretar la realidad como transformarla. No es un académico, sino un revolucionario. Necesita un ideal que inspire a sus seguidores. Augusto Castro, un estudioso de su obra, sostiene que, así como Marx había inventado al “proletariado”, para que los trabajadores tomaran conciencia de su lugar en la lucha de clases, Mariátegui tuvo que inventar al “indio” y pintarlo de socialista para darle un sentido a su programa político.

Un programa político que se metió en nuestra casa en los años de la dictadura del general Velasco –sin invitación, aunque no exactamente sin golpear– y que seguramente tratará de meterse de nuevo en las próximas elecciones. Ya es hora de desmitificar a Mariátegui y de confrontar su ideología con la realidad. Si él no sabía que el es un mejor aliado de los pobres que el , hoy sí lo sabemos.