Gonzalo Ramírez de la Torre

En su segmento de noticias internacionales, la BBC se dispone a hablar sobre la crisis política en el . El conductor abre paso a un corresponsal: Benjamin Norton.

Norton se refiere a las protestas contra y a las demandas de los manifestantes. Dice que se exige la liberación de , “preso por 18 meses sin juicio”, y que se cambie la Constitución “redactada por una dictadura”. Asimismo, se enfoca en señalar a las fuerzas del orden como las causantes de la violencia.

La narrativa que expone es pasmosa: un presidente es derrocado y apresado sin juicio y la ciudadanía, hastiada de una Carta Magna redactada por un tirano, exige cambios frente a un régimen matón. Norton no dice nada del anuncio de hecho por Castillo el 7 de diciembre, que le valió que se le arrestara en flagrancia por el delito de rebelión y que se le colocara en prisión preventiva. Tampoco se refiere a los ataques coordinados contra infraestructura estratégica, como aeropuertos o comisarías. Y repite la versión mentirosa de la izquierda local sobre el origen de la Constitución, que en realidad fue redactada por un Congreso Constituyente elegido por elección popular (vigilada por organismos internacionales) y ratificada vía referéndum. En corto, usa la señal de la BBC para hablar piedras, con la anuencia del conductor.

Un vistazo a las redes de Norton lo desenmascara como un teórico de la conspiración y como un activista de izquierda, más que un periodista. En su Twitter ha sugerido que la CIA estuvo detrás del “golpe de Estado contra el presidente de izquierda Pedro Castillo” y el día del golpe dijo que el Congreso “controlado por la derecha oligárquica” nombró a Dina Boluarte como presidenta…

En general, es evidente que la cobertura internacional de la crisis gatillada por la efímera dictadura castillista ha estado sesgada. O, por lo menos, muy afectada por el cuento romántico del humilde campesino que llegó al poder a contrapelo de los intereses de las “élites”. Un relato que a muchos periodistas extranjeros les gustó contar desde el primer día y que termina reflejándose, sobre todo, en titulares y bajadas que distorsionan, a favor de lo emocional, lo que luego se precisa en el cuerpo del texto.

En el “New York Times”, por ejemplo, se mantienen lejos de mentir sobre lo que ocurrió, pero muy lejos, también, de ofrecer la historia completa. El ‘framing’ de algunas notas edulcora situaciones que no lo merecen. Como un titular del 15 de diciembre del medio estadounidense donde dice, a propósito de los manifestantes reunidos en las afueras del penal de Barbadillo: “Manifestantes demandan justicia para el expulsado presidente Pedro Castillo”.

Fuera de contexto, el titular de la nota firmada por Julie Turkewitz y Mitra Taj se lee como un comentario sobre el proceso contra Castillo y sugiere que la justicia puede no estar garantizada. Cuando uno se dispone a leer el artículo, que insiste en que muchos consideran al expresidente “la voz de los marginados”, este se demora en explicar las razones que llevaron al aspirante a dictador a prisión.

Otro caso es el de “The Guardian” de Inglaterra. El 8 de febrero, por ejemplo, un artículo firmado por Dan Collyns, en el que busca explicar las razones detrás de las protestas, asegura en su bajada: “Las protestas estallaron después de que el presidente fuera derrocado en diciembre tras intentar suspender temporalmente el Congreso”, cuando de “temporal” y de “suspensión” la medida golpista no tenía nada. Hay que leer bastante del documento para toparse con el autor describiendo las acciones de Castillo como ilegales.

Frente a esta situación, a los peruanos nos queda defender la verdad en las redes sociales, o exigirles a nuestros embajadores que pongan los puntos sobre las íes en sus jurisdicciones –muchos ya lo han hecho–. La imagen del país en el extranjero es importante y hay que protegerla de versiones sesgadas.