Junto a nuestra chimenea hemos encontrado esta mañana un juguete educativo que ojalá, con la velocidad de los renos de hoy, todo el mundo haya podido recibir. Se trata de un CD con las cuentas nacionales del Perú de los últimos 65 años. Uno aprende con él que muchas de las “verdades” repetidas incansablemente no tienen asidero en los registros históricos. Las proyecciones para el año que se avecina, por ejemplo, están inevitablemente matizadas por la circunstancia de que se trata de un año electoral. La incertidumbre política y el cambio de gobierno, dicen los videntes económicos, afectarán las decisiones de inversión y restarán algunas décimas a la tasa de crecimiento. Las estadísticas dicen lo contrario.
Desde 1950, que es cuando comienza la serie de datos macroeconómicos que publica el Banco Central de Reserva, hemos tenido once elecciones presidenciales. En diez de esos once años electorales la economía creció; y lo hizo, a veces, a tasas más que respetables: 10% en 1962, 7,5% en el 2006. La única excepción fue la contracción de 5% en 1990, que no es ningún indicio de incertidumbre electoral, sino más bien un testimonio del desastre económico del primer Alan García.
Por supuesto que el hecho de que la economía haya crecido en esos años no es suficiente para descartar que el llamado ruido político haga daño. Podríamos haber crecido menos en los años electorales que en los inmediatamente anteriores. Pero eso no es lo que se ve en las estadísticas. En seis de los once casos hubo una desaceleración, siendo la más notoria la de 1963, cuando la tasa de crecimiento cayó 5,7 puntos porcentuales. En otros cuatro casos el crecimiento se aceleró; y en 1990 la implosión se moderó, pasando de una contracción de 12,3% a una de ‘solo’ 5%, como ya hemos anotado. En promedio, la economía no peruana no ha crecido ni más ni menos en los años electorales que en los que los precedieron. Podemos concluir que una elección presidencial no tiene, en sí misma, ningún efecto en la tasa de crecimiento.
¿Y qué hay de la inversión privada? De repente, la incertidumbre política no se manifiesta en las cifras globales de la producción, pero ataca las expectativas empresariales y paraliza las decisiones de inversión. Habrá muchas anécdotas, pero una colección de anécdotas no hace una estadística. Lejos de retraerla, las elecciones presidenciales han coincidido, por lo general, con una notable expansión de la inversión. Creció más de 10% en 1962; alrededor de 20% en 1956, 1995 y 2006; y más de 30% en 1980. Solamente hubo dos caídas significativas, de 15% y 10%, respectivamente, en 1985 y 2001. En general, la inversión privada ha crecido en los años electorales un poco más rápido que en los demás.
Lo que pase en el año electoral, por otro lado, no es tampoco un buen predictor de lo que pasará en el subsecuente período de gobierno. La euforia que acompañó a la segunda elección de Belaunde duró un año más, pero luego siguieron otros cuatro en los que la inversión cayó ininterrumpidamente. Y la depresión causada por el triunfo de Humala en el ánimo empresarial no ha impedido que la inversión privada alcance durante todo este gobierno su más alto nivel, tanto en términos absolutos como en proporción al tamaño de la economía.
Las elecciones parecen ser más importantes en la sobremesa que en la mesa de directorio.
Libertad para los presos políticos en Venezuela esta Navidad.